Por Alejandra Dandan
En el juicio por los crímenes cometidos en el centro clandestino El Vesubio, Juan Enrique Velázquez Rosano iba a declarar desde España, con su hija más grande. Pero ella nunca pudo llegar al Consulado, desde donde se hacía la conexión con Buenos Aires, porque en alguna de las fronteras internas del país tuvo problemas con sus papeles de residencia. Velázquez se sentó entonces solo a contar sobre su secuestro y el de su mujer, durante la dictadura.
A Juan Enrique Velázquez lo secuestraron el 18 de febrero de 1977 de la casa que se habían logrado comprar en Florencio Varela. En la audiencia realizada anteayer, una de las querellas le preguntó si, durante el operativo, los hombres de civil habían maltratado a sus hijos. “¿Golpeado? –dijo–. ¡No! Sólo jugaban con el de dos meses: se lo tiraban de un lado a otro.”
A él se lo llevaron unos días a un lugar que todavía llama El Infierno, y luego pasó a El Vesubio, donde pudo despedirse de Elba Lucía Gándara, su mujer, con una charla de diez minutos en el baño. El se iba y a ella, probablemente, iban a matarla, porque estaba “muy comprometida”. “Estuve dos meses hasta que me largaron –dijo–. A mis hijos no los pude ver por seis meses.” Juan Enrique es uruguayo, también lo era Lucía. “A mi compañera se la llevaron y hasta el día de hoy nunca más supe nada: me gustaría saber si se sabe algo de mi compañera –dijo al final–, me gustaría saber si está viva o está muerta.”
Tras su liberación, una vez fue a la casa de Florencio Varela, sólo para observar el estado de ruinas, el robo del televisor y de la radio, pero se fue, por el miedo. Hace años volvió con un abogado para ver qué había pasado. El nuevo dueño, un sodero, se sorprendió cuando le contó quién era, le dijo que pensó que estaba muerto y que compró la casa a la misma inmobiliaria de Florencio Varela que se la había vendido a él. La fiscalía de Félix Crous le pidió al Tribunal Oral Federal Nº 4 abrir una causa paralela: “Las derivaciones de los casos de lesa humanidad –dijo– también pueden ser delitos imprescriptibles”.
En el juicio por los crímenes cometidos en el centro clandestino El Vesubio, Juan Enrique Velázquez Rosano iba a declarar desde España, con su hija más grande. Pero ella nunca pudo llegar al Consulado, desde donde se hacía la conexión con Buenos Aires, porque en alguna de las fronteras internas del país tuvo problemas con sus papeles de residencia. Velázquez se sentó entonces solo a contar sobre su secuestro y el de su mujer, durante la dictadura.
A Juan Enrique Velázquez lo secuestraron el 18 de febrero de 1977 de la casa que se habían logrado comprar en Florencio Varela. En la audiencia realizada anteayer, una de las querellas le preguntó si, durante el operativo, los hombres de civil habían maltratado a sus hijos. “¿Golpeado? –dijo–. ¡No! Sólo jugaban con el de dos meses: se lo tiraban de un lado a otro.”
A él se lo llevaron unos días a un lugar que todavía llama El Infierno, y luego pasó a El Vesubio, donde pudo despedirse de Elba Lucía Gándara, su mujer, con una charla de diez minutos en el baño. El se iba y a ella, probablemente, iban a matarla, porque estaba “muy comprometida”. “Estuve dos meses hasta que me largaron –dijo–. A mis hijos no los pude ver por seis meses.” Juan Enrique es uruguayo, también lo era Lucía. “A mi compañera se la llevaron y hasta el día de hoy nunca más supe nada: me gustaría saber si se sabe algo de mi compañera –dijo al final–, me gustaría saber si está viva o está muerta.”
Tras su liberación, una vez fue a la casa de Florencio Varela, sólo para observar el estado de ruinas, el robo del televisor y de la radio, pero se fue, por el miedo. Hace años volvió con un abogado para ver qué había pasado. El nuevo dueño, un sodero, se sorprendió cuando le contó quién era, le dijo que pensó que estaba muerto y que compró la casa a la misma inmobiliaria de Florencio Varela que se la había vendido a él. La fiscalía de Félix Crous le pidió al Tribunal Oral Federal Nº 4 abrir una causa paralela: “Las derivaciones de los casos de lesa humanidad –dijo– también pueden ser delitos imprescriptibles”.
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