jueves, 23 de septiembre de 2010

Los cuerpos NN

Quispe Ramos era empleado del cementerio de Monte Grande en 1977. Fue él quien anotó de puño y letra el ingreso de los cuerpos de 16 secuestrados de El Vesubio el 24 de mayo de ese año. “Yo estaba trabajando a la tarde y me llaman por teléfono de la municipalidad para decir que iban a enviar esos cuerpos, que preparara las fosas para sepultarlos, no me dijeron qué cantidad.” El llamado era de la secretaria privada del intendente de Monte Grande a quien recordó como Groppi. (Alberto Groppi fue intendente de Esteban Echeverría durante la dictadura. Cuando fue denunciado en 2007 –estaba en el mismo cargo– dijo que había asumido en 1979.) Quispe recibió los cuerpos en el depósito. “Tomamos la precaución –dijo– de marcarlos con una cruz y un número para identificar la sepultura, porque eran NN”. Según el relato, en el cementerio se enterraron todos los cuerpos, pero sólo por unas horas porque llegó una orden para desenterrarlos, ya que estaban buscando a la hija de un diplomático alemán. “Nos obligaron a sacar todos los restos que ya estaban sepultados”, dijo. Y ese día, la policía de Monte Grande sacó además las huellas digitales de todos. De acuerdo con su relato, todos los cuerpos estuvieron identificados con nombre y apellido una semana más tarde, pero en el libro del cementerio, que se exhibió, los identificados son sólo siete personas. Cuando los querellantes le preguntaron una y otra vez por las identificaciones, Quispe dijo: estos 16 sí estaban identificados, pero hay otros NN de los cuales muchos estaban sin documentación y habrán quedado así hasta el día de la fecha.

Niños en El Vesubio


TESTIMONIO DE MABEL ALONSO

Por Alejandra Dandan

Mabel Alonso estuvo secuestrada veinte días en El Vesubio. Una patota llegó a su casa buscando a su marido y a un compañero. Luego de esperarlos durante toda una noche, al mediodía decidieron secuestrarla a ella. Era 31 de agosto de 1977. Mabel tenía cuatro hijos de 16 años, 12, 5 y de 45 días. Los pusieron a todos en un cuarto, le dijeron a ella que se cambiara y poco después la cargaron en un auto en dirección a la rotonda de San Justo, la obligaron a vendarse y la entraron a lo que años después identificó como El Vesubio. Durante la estadía en el centro clandestino conoció a Marcela, una chica de 12 años, de la misma edad de una de sus hijas, secuestrada luego de un operativo en el que habían matado a sus padres. No sabe más datos de Marcela. Mabel contó que los represores la obligaban a disfrazarse con pelucas, tacos y vestidos de mujer para sacarla a la noche, a dar vueltas en los bares para identificar a otras personas.

Mabel narró: “Cuando entro, me tienen un rato, y como no hablaba me dicen que me van a hacer hablar por la fuerza, me piden que me desnude, una cosa violenta, porque eran todos hombres, pero no me queda otra, me picanean”. Estuvo tres días así, un rato con picana un rato no. Luego la llevaron a la casa tres, destinada a los alojamientos. “Me tiran en el piso porque no había colchones, con una frazada en el suelo, me tienen atada contra una pared con grilletes”.

Había una chica, dijo, rubia, de pelo ondulado, pintora y psicóloga, que se puso muy mal, y se golpeaba la cabeza contra una pared. A la chica se la llevaron, Mabel no volvió a verla, pero le dieron su celda ubicada en el sector de las mujeres. Ahí estuvo con Susana Reyes, embarazada. Con Violeta Sayago, a la que le habían dicho, contó, que se quedara tranquila, que a su hijo de 14 años que había sido secuestrada con ella lo iban a sacar para devolverlo a la casa. “Sé que está desaparecido”, dijo. Mencionó además a Norma, una hepatóloga del Hospital Fernández, y a Graciela Moreno, la madre de Juan Sebastián y de Esteban, que seguían su declaración sentados metros al fondo.

Uno de sus torturadores era el Polaco, dijo sobre Víctor Salvador Chemes, uno de los acusados. Habló del Sapo, el alias de Roberto Carlos Zeoliti, que una vez les contó que su esposa no sabía que él estaba ahí, que pensaba que era un albañil. Ella lo señaló en la audiencia. Señaló a Pancho, el Nono y el Vasco. También al Francés, el ex jefe de Inteligencia del Ejército Gustavo Cacivio. Enseguida mencionó a Marcela, una niña de 12 años que tenía la misma edad y el mismo nombre que una de sus hijas, por eso, “cuando la escuché, pensé que era ella”.

“A mi mamá se la llevaron en camisón”

JUAN SEBASTIAN RIAL TENIA SIETE AñOS CUANDO SE LLEVARON A SU MADRE Y RECIEN AYER LO CONTO ANTE LA JUSTICIA

Graciela Moreno estaba con su familia en una casa de Temperley cuando entró una patota y se los llevó a El Vesubio. A los tres chicos se los entregaron a una vecina. Secuestraron a Graciela y su compañero y a otra pareja.
   

Por Alejandra Dandan

“Mi mamá estaba en camisón, así se la llevaron, recuerdo que durante varios días pensaba cómo iba a hacer para volver en camisón, adentro de mi cabeza, me la imaginaba yendo a tomar el colectivo.” Juan Sebastián Rial nació en el ’69, tenía siete años en abril de 1977 cuando secuestraron a su madre. Graciela Moreno estaba en una casa de Temperley, la cuarta o quinta a la que había mudado a toda su familia en aquel tiempo. La llevaron al centro de exterminio de El Vesubio. Juan Sebastián nunca había declarado sobre la noche del secuestro. Habló por primera vez ayer en el marco de las audiencias por el juicio oral contra los represores del centro clandestino.

La casa de Temperley tenía un jardín adelante, explicó Juan Sebastián, con un ventanal que daba a un living, pegado al cuarto de sus otros dos hermanos más chicos. Al lado de la habitación había un pasillo de distribución al que daba el cuarto de su madre, la entrada al cuarto de los hermanos, un baño y, en la parte de atrás, había una cocina con el comedor ante otra puerta de entrada, una puerta de chapa. “El hecho ocurrió una noche tarde de abril de 1977, estábamos durmiéndonos, yo estaba en la cama”, contó. “Comenzaron a golpear la puerta trasera, golpeaban la puerta de chapa con la intención de derribarla, del ventanal rompieron todos los vidrios, ingresaron a la casa, a mi mamá la agarraron de los pelos y se la llevaron.”

Su cama estaba pegada a la pared de la pieza de la madre. En la casa, vivían su madre, su pareja Marcelo Soler; también Federico, el hermano del medio y Esteban que era el menor, hijo de la nueva pareja. Con ellos estaba otra pareja, María Teresa y Manolo con Joaquín, un bebé de meses.

“No tengo registro de Marcelo –dijo Juan Sebastián–, no sé de qué forma lo llevaron, a mi mamá sí porque la agarraron y la pasaron al lado de mi cama hacia el fondo, eran no menos de cuatro o cinco personas, pasaron al lado de mi cama, uno me preguntó mi nombre, se lo dije, me dijo que era muy valiente.”

Fue tal el ruido de las patadas en las puertas y de los vidrios, contó, que una vecina de varias casas más adelante llamada Josefa se acercó para ver qué pasaba. Cuando llegó, le dijo a uno de los integrantes del grupo de tareas que creía que era Marcelo que se había olvidado las llaves. La mujer acordó llevarse a los niños con uno de los integrantes de la patota, explicó Juan Sebastián. “Yo me asomé a la habitación de mi mamá, vi que estaba todo revuelto, como si hubiesen vaciado el placard, agarré a mis hermanos y me los llevé a la casa de esta vecina.”

Una de las personas que estaba en la casa preguntó a otra si llevaban algo de ropa. No, le respondió “porque no la iba a necesitar”. Pasaron la noche en la casa de la vecina, al otro día fue a buscarlos la abuela materna. Desde allí, su hermano Federico y él fueron recogidos por su padre, Esteban se quedó porque era hijo de Marcelo. “Y a partir de ese momento –dijo Juan Sebastián–, fue empezar de nuevo, era otra cosa, otra familia, otra escuela, fue como nacer de nuevo. A mi hermano Esteban lo habré visto dos o tres veces como mucho; mi viejo, por miedo, terror o lo que sea no propiciaba el contacto con la familia de mi mamá, mis abuelos maternos nos esperaban alguna vez a la salida del colegio y eran no sé, diez minutos y no más que eso.”

Esteban estaba sentado metros más atrás en esa misma sala de audiencias. El mismo ya había estado sentado en esa misma silla destinada a los testigos a fines de mayo. Adelante, como sucede cada día, estaban sentados los represores destinados a El Vesubio, los tres militares a cargo del centro clandestino y los hombres del Servicio Penitenciario destinados a las guardias.

Alrededor de los 20 años, Juan Sebastián decidió buscar a su hermano. Le pidió algunos números a su padre, y habló con una persona que finalmente le dio el contacto. “A partir de ahí me empecé a encontrar con cosas que no sabía que existían –explicó–, como cartas que mi mamá escribió mientras estuvo detenida, manualidades”, entre las que estaba un muñeco de trapo que Graciela le mandó a Esteban para una Navidad. En aquel momento, Juan Sebastián también hizo una copia del expediente Conadep de su madre.

“Cuando pasó esto no me extrañó ni me llamó la atención”, dijo. “Estaba esa sensación de que estábamos perseguidos, nos mudábamos mucho, creo que en la casa de Temperley fue en la que más tiempo estuvimos, había reuniones, muy pocas que se hacían en mi casa, me acuerdo que debajo de mi almohada en alguna de esas reuniones había un arma. Yo internamente al menos sabía que algo iba a pasar, y tenía 7 años.”

En las cartas que llegó a escribirles Graciela a sus hijos les contaba anécdotas de cuando estaban juntos, les explicaba qué era lo que a cada uno más les gustaba. Al padre de Juan Sebastián en cambio le decía otra cosa. “Que esa gente sabía que ella no tenía nada que ver y que estaba esperando que la soltaran en cualquier momento. Cosa que no sucedió.”

Graciela Moreno sigue desaparecida.

martes, 21 de septiembre de 2010

Recuerdos de El Vesubio

ROBERTO GUALDI RELATO SU CAUTIVERIO

Por Alejandra Dandan

La declaración ya estaba terminando. De pronto, una abogada de la querella volvió a preguntarle por el momento del secuestro, en la casa de La Matanza donde también estaban su mujer y su hija. ¿Sabe si alguno de los secuestradores volvió?, indagó Liliana Mazzea. “Sí, un hombre volvió a hablar con mi señora”, dijo Roberto Gualdi. “En realidad, habría que preguntarle a ella porque es un tema del que no hablamos casi nunca.” Gualdi tampoco solía hablar del secuestro y nunca había declarado oralmente ante la Justicia. Ayer se sentó a dar su testimonio a viva voz ante el Tribunal Oral Federal 4.

Gualdi estuvo secuestrado unos 23 días en El Vesubio, luego pasó blanqueado a distintas cárceles comunes y permaneció preso durante nueve meses más. “Era un trasformador, sé lo que era porque soy soldador –dijo–; es básicamente lo mismo: un soldador que trabaja con dos polos”, relató ayer para explicar cómo, durante su cautiverio, fue capaz de darse cuenta cuando en el cuarto de al lado empezaba a oírse el zumbido de la picana.

Después de dos años de trabajo en Fargo, donde se convirtió en delegado, Gualdi consiguió empleo en el taller mecánico La Rueda Sola de La Matanza, adonde llegó cuando recién empezaba a militar en el Partido Comunista Marxista Leninista.

–¿Vanguardia Comunista? –quiso saber Leopoldo Bruglia, presidente del Tribunal.

–Sí, le cambiaron el nombre.

Uno de los grupos de secuestrados más importantes de El Vesubio provenía de Vanguardia Comunista. A Gualdi lo secuestraron el 18 de agosto de 1978.

En el interrogatorio en El Vesubio le preguntaron por su nombre de guerra, que no lo tenía, por el nombre de su responsable, por su militancia gremial. “Me dan picana un rato en las axilas –contó–, me golpean, les dije lo poco que sabía, me sacan de ahí, me vuelven a tirar en el mismo lugar.”

Poco tiempo después compartió la celda, la mismas esposas y una única frazada con Guillermo Lorusso, otro secuestrado. “En todo el tiempo que estuve ahí me paré una sola vez para ir al baño, en veinte días, porque para orinar nos pasaban un tacho.”

Gualdi bajó diez kilos en veinte días. La comida era bastante precaria, recordó: “En los últimos días mejor, porque fueron sacando gente y había más para repartir”.

Adentro del centro identificó a alguno de sus represores. Nombró a “El paraguayo”, que podría ser José Néstor Maidana, agente de inteligencia del Servicio Penitenciario Federal imputado en la causa. También recordó al “Correntino” y a “Fierro” o “Fierrito”.

Una vez blanqueado, Gualdi fue llevado primero a la cárcel de Devoto y luego a La Plata. Mientras estaba preso, lo juzgaron ante un Consejo de Guerra. “Nos preguntaron si éramos subversivos –explicó–, pero lo que recuerdo bien es que yo les dije que yo había sido secuestrado y que no tenía nada que decir.”

–¿Tenía un defensor? –preguntó un querellante.

–Bueno eran todos militares, había uno que decía que era defensor.

Después de su detención, Gualdi volvió a su casa porque no tenía adónde ir. Y para mantener a su familia volvió al taller donde trabajaba.

El legajo del general Héctor Gamen demuestra su participación en crímenes contra la humanidad


Un trepador identificado con el “proceso”

En ocasión de una evaluación, el represor fue calificado como un “trepador” y se destacó “su participación en todas las decisiones en que hubo que decidir el destino de los delincuentes subversivos”. Está siendo juzgado, pero sigue en libertad.
    
     
 Por Alejandra Dandan

El documento es un hallazgo, pero sobre todo una prueba fundamental. Se trata de una parte del legajo del general retirado Héctor Humberto Gamen, segundo comandante de la Brigada de Infantería X entre 1976 y 1977 y jefe de la CRI, la Central de Reunión de Información de La Tablada, el lugar desde donde operaba el corazón de la represión en la medialuna del Gran Buenos Aires, dentro de la cual se encontraba el centro clandestino El Vesubio. El extracto del legajo es del 30 de octubre de 1977, la evaluación por la que buscaban ascenderlo a general. Allí aparecen características negativas y positivas del represor ahora imputado en El Vesubio. Entre las negativas, se indica que “es un profesional que se podría llamar ‘trepador’”. Y entre las positivas, su superior inmediato, es decir el general Juan Bautista Sasiaíñ, ponderó “su participación de hecho o de asesoramiento en todas las decisiones en que hubo que decidir el destino de los delincuentes subversivos. En esto siempre estuvo en primera línea. No hay General de Brigada –continuó el informe– que no lo haya visto apretar la cola del disparador”.

Para quienes trabajan en la causa de El Vesubio, se trata de un documento clave. Pese a que son características de los represores que se conocen, explicó el fiscal Félix Crous, se accede así a revelaciones que ellos dejaron por escrito. Entre otras cosas, el informe indicó que tenía poder de decisión sobre matar o preservar la vida de un secuestrado. El material es un aporte del Ministerio de Defensa de la Nación.

Gamen era conocido por los apodos de “Toto” o “Beta”. Hoy está en libertad, y en ese estado llega cada jornada a la audiencia de los tribunales de Comodoro Py, donde se sustenta el juicio por los crímenes en El Vesubio. El informe que acaba de ser girado al Tribunal Oral Federal Nº 4 está fechado el 30 de octubre de 1977. Gamen había sido agregado militar en Bolivia, por lo que en 1975 había recibido el reconocimiento del “Castillo de Oro” de parte del Colegio Militar de las Fuerzas Armadas bolivianas. En 1976 aspiró al grado de general, pero se lo rechazaron. En 1977 se hacía un nuevo intento. La evaluación comienza indicando que tiene un promedio en el grado de 100 puntos, y en el legajo, de 98,338.

Entre los conceptos favorables, el informe resalta su “gran decisión y valor reiteradamente demostrado en la conducción de las operaciones antisubversivas. Durante dos años puso en evidencia su gran capacidad y ha sobrellevado las pruebas máximas que esta lucha plantea”. Y luego, “es actor principal en una lucha sin parangón en el siglo en el país”.

Entre los conceptos desfavorables, el informe señala: “Descuida ciertos aspectos de la conducción, por lo que los resultados no son verdaderamente positivos como aparecen. Su capacidad y eficacia se ha puesto en evidencia este año y no ha sido permanente en su carrera. Sus procedimientos y actitudes con el superior no son precisamente las que reflejan un carácter definido”. Líneas abajo, avanza sobre las razones por las que lo llaman “trepador”: “Muy amigo del superior, siempre ha estado en destinos que hacen pensar en que explotó esta situación”. Y allí, “es un profesional que se podría llamar trepador. De poco prestigio entre sus camaradas. Proclive a acercarse al superior. Su designación como agregado militar fue digitada por él mismo desde la Presidencia de la Nación, lo que después indujo a modificar su destino”. Su modalidad y forma de proceder para con los subordinados, “más que conformar la figura de un líder o caudillo, dan sensación de demagogia y poca formalidad”.

Entre rasgos negativos y otros positivos, quien tomó su defensa es Sasiaíñ, jefe de la Brigada de Infantería X, luego jefe de la Policía Federal, que le dio el espaldarazo. “Convencido de que debió ascender a general el año pasado y de la responsabilidad que me cabe en la presente circunstancia, a lo largo de todo el año he tratado de reunir antecedentes que contribuyan a redimir, si fuera necesario.” En ese contexto, solicitó a la Junta que tenga en cuenta su opinión.

“Ha prestado servicios durante dos años en la zona que por hoy es la más caliente, ello por sí solo no tendría valor, si no fuera que su desempeño es además brillante. Tiene mando, es enérgico, conduce y se juega, esto lo he evaluado no sólo a través de su trabajo de EM sino por tener a su cargo en forma directa dos unidades de Icia (Inteligencia) que ha creado en la subzona”. Y continuó: “Lo he visto actuar personalmente frente a las balas, tiene carácter y está bien identificado con el Proceso, lo que presupone incorporar al nivel superior un elemento que se integrará con el conjunto. Su responsabilidad está evidenciada a través de la eficacia que ha ejercido en su función de 2º Cte. y Jem sin delegar funciones, y la responsabilidad en la seriedad y trascendencia de sus asesoramientos. También dentro de la responsabilidad, y esto sólo ante Dios, cabe señalar su participación de hecho o de asesoramiento en todas las decisiones en que hubo que decidir el destino de los delincuentes subversivos”, un modo eufemístico de hablar de los traslados, los asesinatos y la desaparición de las víctimas.

Entusiasmado, Sasiaíñ continuó: “El cnel. Gamen no es un ‘boom’ en estos dos últimos años, su carrera es una constante”. Antes había escrito: “Su espíritu de justicia y ecuanimidad es quizá la virtud que más ha podido evidenciar ante los ojos de su cte., ello a través de la circunstancia de tener que definir la vida o la muerte de semejantes sin afectar el cumplimiento de la misión”.

martes, 14 de septiembre de 2010

Vuelve a declarar Osvaldo Bayer por el asesinato de la ciudadana alemana Elizabeth Käsemann

Una vida por la libertad y la justicia

El escritor y periodista dio detalles del caso Kasemann. Se exhibió, durante la audiencia del juicio sobre El Vesubio, un documental realizado por Bayer sobre la vida de la joven alemana secuestrada durante la última dictadura.
    
Por Alejandra Dandan

Elizabeth Kasemann nació en mayo de 1947 en un refugio antiaéreo donde funcionaba una maternidad en los tiempos del nazismo. Su padre, uno de los teólogos más importantes del país, era miembro de la resistencia antinazi. En el `68, y en medio de una relación amorosa pero tensa con su familia, Elizabeth viajó a Latinoamérica y terminó instalándose en Buenos Aires, donde su compromiso personal la llevó a involucrarse políticamente en una de las agrupaciones trotskistas y, al decir de sus padres, tiempo después, a dar la vida por la libertad y más justicia en un país amado. La mataron el 24 de mayo de 1977 en Monte Grande, en un fusilamiento fraguado como enfrentamiento con otros 15 secuestrados.

Osvaldo Bayer, sentado en la sala de audiencias de los tribunales de Comodoro Py, donde se lleva a cabo el juicio oral por los crímenes del centro clandestino de El Vesubio, asistió a la proyección del documental de la vida de Elizabeth, un material que él mismo investigó acá y en Alemania, guionó, dirigió y que se emitió en 1992 para la televisión alemana. Bayer ya había declarado en el juicio, pero ayer volvió con la película en las manos. Kasemann es una causa que impulsa el gobierno alemán a través de Pablo Jacoby, dato curioso, socio de Gabriel Cavallo, a cargo de la defensa de la dueña de Clarín en el expediente Noble. Bayer acudió como testigo a pedido de ellos.

El documental, explicó, “da importancia a cómo se trató a los detenidos y dejó al descubierto la crítica al gobierno alemán, que tardó mucho en reaccionar y estaba haciendo muy buenos negocios con la Argentina”.

En la audiencia, Bayer habló potenciado por el peso de las imágenes, amparado en el cúmulo de pruebas que demuestran la brutalidad del gobierno militar, pero además del gobierno alemán, ministros y representantes locales. Dijo Bayer que en aquel momento le parecieron “ridículas” las explicaciones que dio la socialdemocracia alemana, que aseguró que había enviado dos cartas a la dictadura argentina pidiendo información sobre Elizabeth. Como otros testigos, mencionó la relación de “complicidad” de la representación alemana local con la dictadura. Bayer mencionó uno de sus libros, donde dio cuenta hace muchos años de los préstamos de los bancos alemanes a la dictadura para la construcción de cuatro fragatas y submarinos. En Alemania alegaban que aquellos barcos habían dado “ocupación plena” en el lugar donde se hicieron. “Vender armas a una dictadura –replicó en la sala– me parece que es muy poco ético.”

En 1968, Elizabeth inició el viaje a Latinoamérica que la terminó dejando en Buenos Aires. Primero estaba “asombrada con el colorido” de Bolivia, su primera parada, donde trabajó con un pastor metodista y una monja católica y donde su curiosidad europea se fue transformando en indignación. En Buenos Aires se instaló en Barracas. Conoció a Raymond Molinier, el secretario de Trotsky, dirigente de la IV Internacional y parte de la red de organizaciones que se ocupaban de prestar ayuda a los perseguidos políticos. Elizabeth generó una relación de amistad y política con él y comenzó a militar en el Poder Obrero. Sus padres viajaron a visitarla. Con la dictadura, ella les escribió una carta en la que les dijo que a pesar del dolor y del sufrimiento que sabía que iba a provocarles, por su condición de ser humano debía permanecer en Buenos Aires.

Elizabeth trabajaba en villas, organizaba las citas, se ocupaba de conseguir documentos para los que tenían que irse al exterior. “El trabajo en los barrios pobres fue una experiencia increíble tanto para ella como para mí”, explicó a través de la pantalla Diana Houston, una amiga inglesa, que cayó detenida pocas horas después de Elizabeth y a quien el gobierno británico logró poner en un avión 72 horas después.

Sergio Bufano es otra de las voces de la película. Conoció a Elizabeth en una reunión a la que llegaron vendados. “Era para planificar la muerte de un torturador”, dijo. El operativo preveía matar al militar, que solía almorzar todos los domingos al mediodía en un restaurante con su mujer y sus hijos. Elizabeth y Sergio lo siguieron. Iban al restaurante y en esas vigilancias decidieron “boicotear” la idea de la muerte con apoyo de un tercer compañero. El día de la operación, ese compañero faltó a la cita y ante la idea de un posible secuestro la organización suspendió el operativo. “Si bien muchos de nosotros habíamos elegido la lucha armada –explicó Sergio–, no estábamos de acuerdo con la muerte.”

Sergio y Elizabeth se pusieron de novios. Cuando él decidió irse del país, ella dejó de hablarle durante una semana. Estaba decidida a quedarse. Creía que el país tenía una clase obrera poderosa –explicó su compañero–, luchadora, creía que era el país donde estaba el eje de la revolución latinoamericana y por eso se quedó. De todos modos, lo ayudó a salir del país.

A Elizabeth la llevaron secuestrada primero a la sede del I Cuerpo de Infantería donde funcionaba un centro clandestino. Ahí la torturaron. Luego llegó a El Vesubio. Diana oyó los gritos de Elizabeth en el primer destino. “Sentí olor a carne quemada y los gritos. Y un ser humano –dijo– puede olvidarse de muchas cosas, pero el olor y los ruidos permanecen.” Y luego: “Oía los gritos de Elizabeth que era sometida a la tortura, es decir corriente eléctrica, y la golpeaban y otros tormentos que no podría explicar”.

Elena Alfaro la situó en El Vesubio siete días antes del asesinato. “Venía del Infierno –dijo–, que era un lugar muy violento y terrible en cuanto a las formas de vida, con celdas en las que los compañeros respiraban por turnos por las hendijas que había por abajo de la puerta.”

Pedro Durán Sáenz, responsable del centro clandestino durante 1977, era un ferviente católico, violador de muchas de las detenidas. Alemania pidió su extradición por esta causa varias veces, desde la época del gobierno de Fernando de la Rúa. Durán Sáenz decidió someterse al juicio en Argentina. Y Alemania decidió intervenir en la causa en forma directa como querellante.

Bayer contó que durante la investigación fue al barrio a hablar con los vecinos, que muchos recordaban lo que había pasado pero no quisieron hablar. También intentó entrevistar a Durán Sáenz, “no aceptó de ninguna manera”. Bayer contó cómo fue que la familia finalmente dio con el cuerpo de Elizabeth, porque no quedó incluido en su documental. Un emisario del Ejército Argentino indicó que sabía dónde estaba el cuerpo de Elizabeth, pidió 22 mil dólares para entregarlo, un dinero que pagó la Iglesia Metodista alemana. El fiscal Félix Crous pidió incorporar el crudo de la entrevista con Elena Alfaro. Cuando terminó la audiencia, quienes estaban en la sala se pararon a saludar a Bayer. Hablaron de justicia. El comentó: “¡Tanto tiempo después!”.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Testimonio de sobreviviente de El Vesubio

“Hacíamos listados de los que entraban”

Contó que los obligaban a confeccionar listas con todos los secuestrados y que hacían cinco copias. Ubicó a la estudiante Laura Feldman, cuyos restos se identificaron el año pasado, en El Vesubio. Habló mientras el represor Durán Sáenz dormitaba abrazado a un rosario.    

 Por Alejandra Dandan

Pedro Durán Sáenz escuchaba sentado frente a la pantalla gigante de la sala de audiencias, con un rosario de color madera enredado a la mano. El jefe en 1977 del centro clandestino de El Vesubio estaba solo, sin la compañía habitual de los otros siete imputados de la causa. Se dormía. Cada tanto levantaba la vista. Frente a él, Mercedes Joloidovsky hablaba desde España, sobre la inmensa pantalla, acordándose de uno de sus guardias. Era uno que cantaba muy bien, dijo. Que tenía una voz maravillosa, que cada tanto les preguntaba a las detenidas si no se acordaban de ese tema de Víctor Heredia, entonces se ponía a cantar. “Era muy llamativo –explicó Mercedes–: escuchar ahí canciones nuestras, nos provocaba mucha angustia, encontrar ahí todo eso no era grato, él lo sabía.”

La imagen de la declaración se emitía desde el Consulado argentino en Madrid, como en los últimos dos días. Frente a ella, en esa antesala imaginaria estaba la sala de audiencias de los tribunales de Comodoro Py, las querellas, sólo dos defensores oficiales y en medio de la nada el represor. Detrás todo parecía mas vacío todavía. En el lugar reservado para el público había una persona: la hermana de Laura Feldman, desaparecida en El Vesubio.

Mercedes es la única sobreviviente del centro clandestino que podía ubicar a Laura con vida en el lugar. Por eso, la querella pidió su declaración. Laura tenía 18 años cuando la secuestraron, estaba con un grupo de estudiantes secundarios. “Cae un grupo de chicos muy jóvenes, aunque vamos –aclaró Mercedes–, más jóvenes que nosotros, entre ellos estaba Feldman, que estaba muy asustada, decía que su papá la iba a sacar, que era un cineasta, que ella no tenía nada que ver con nada. Las otras chicas estaban más tranquilas si se quiere, pero esa noche fue un gran lío, una cosa desproporcionada de gritos, de locura, de golpes, patadas.”

Laura estaba con jean, una camisa de flores, muy rubita, dijo Mercedes. La pasearon al menos por dos casas: la casa dos destinada a las torturas y la tres al alojamiento. “No la vi en el lugar de la tortura porque no podíamos”, indicó Mercedes. Sí la vio en cambio en las “cuchas”, las celdas divididas por aglomerados, donde con la llegada de las estudiantes empezaron a estar de a dos a la vez. “El primer día le habían destrozado la cara, que era lo que les encantaba destrozar de las mujeres, a los golpes, a las piñas.” También la vio en una sala donde estaba el grupo de secundarias. Mercedes se acordó porque estaba desesperada por agua, pero no las dejaban tomar nada, una de las medidas posteriores a la tortura.

Ninguno de los represores del juicio está imputado por homicidio. El año pasado, el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó el cuerpo de Laura Feldman, que había sido enterrado como NN en el cementerio de Lomas de Zamora. Las querellas están pidiendo incorporar este hecho a la causa, junto con otras cuatro identificaciones como parte de las pruebas.

Mercedes era militante de Montoneros. Estuvo diez o doce días secuestrada en El Vesubio; luego pasó al “Sheraton”, en la provincia de Buenos Aires, a una comisaría de Ramos Mejía, fue juzgada por el Consejo de Guerra y quedó detenida durante tres años y cuatro meses en la Unidad 21 de Ezeiza.

La secuestraron el 23 de febrero de 1978. Primero intentaron encontrarla en la casa de los padres, como no estaba, presionaron a su padre. El terminó llevándolos a la casa de una abuela, a dos cuadras de ahí. Los militares también buscaban a Luis María Vidal, su compañero, también de Montoneros. El operativo se demoró, explicó, porque Luis María no aparecía. Finalmente lo ubicaron abajo de una cama, acababa de tragarse la pastilla de cianuro. Preguntaron por el hospital más cercano. Lo llevaron al Centro Gallego, pero al otro día ella supo durante una sesión de tortura que él había muerto.

“Me decían qué cómo nosotros que éramos cristianos habíamos hecho eso. ¿Qué cómo lo habíamos hecho si respetábamos la vida? Ipso facto –aclaró– empezaron con los golpes, ése era el respeto que tenían por la vida.”

En El Vesubio, la llevaron a la sala Q, después al primer interrogatorio que duró poco. “Bah, no seamos eufemísticos –aclaró–: lo que había ahí no eran interrogatorios, era la tortura cruda y dura, todos estábamos muy lastimados, muy desquiciados porque no sabíamos en qué momento iban a empezar otra vez.”

Cuando se lo preguntaron, detalló: “Me parece que con los hombres se ensañaron muchísimo, eran condiciones mucho más duras”. En la sala de interrogatorios ubicó al Francés, el coronel Gustavo Adolfo Cascivio, que después de muchos años de intentar descubrir quién era quedó detenido hace dos meses. “Un tipo que iba de fajina verde, con pistola, siempre muy perfumado, muy señor, muy macho él, alto, de bigotes, fornido, con el pelo muy para atrás, con anteojos de sol, sus botas muy lustradas.” Duro, dijo, malo y perverso. Detrás había otro, de más edad, con los dedos enormes. “Me decía que las piñas que había sentido eran de esas manos, que iban a hacer falta muchas manos más para ablandarme.”

Como sucede en cada audiencia, le preguntaron por la violencia sexual. “Sí”, dijo. “Cuando quedábamos desnudas en los lugares de tortura siempre había un hijo de puta que te metía una mano, que te decía: qué buenas tetas, qué buen culo. Yo no puedo hablar exactamente de violación, pero de manoseo por supuesto, no de todas, puedo hacerlo de mí y nada más.”

Mercedes declaró en 1984 ante la Conadep, y años después en el juzgado de Daniel Rafecas. En ambos casos habló de unos listados que se confeccionaron en El Vesubio. Ella fue una de la que los escribieron. “Nos hacían hacer copias mecanografiadas con todos los que entraban detenidos, eran listados, cinco copias con su carbónico adentro y ellos después les ponían a mano Cuerpo 1, Cuerpo 2, Cuerpo 3... A la quinta copia no le ponían nada, la dejaban como si fuera para el archivo.” Las listas se hacían diariamente, explicó, por la mañana, con los nombres de todas las personas que iban llegando. Se ponía nombre y apellido, zona de militancia y lugar de donde se lo llevaron. Había identificaciones del ERP, de Montoneros y también creyó que de Vanguardia Comunista, cuando llegaron los estudiantes. En alguna de sus viejas declaraciones, habló de otras identificaciones como de una letra y un número. Ayer no lo recordó.

“Lamentablemente la Justicia en este país tarda muchísimos años –dijo–: han pasado cuántos años desde que yo declaré por primera vez, ¡y ahora tanta minucia por saber si hay un numero o una letra! Si ustedes pretenden que yo me acuerde, pues no me acuerdo.”

Desde la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación le preguntaron si creía que la saña había sido más grande porque era judía: “Yo no soy judía”, explicó. “Sí, mi apellido es de origen judío, en todo caso ucraniano, pero es una confusión que también ellos tuvieron porque al principio sobre todo me lastimaban bastante mal por portación de apellido”.

Al final, Durán Sáenz volvía a estar medio dormido. “Quiero saber dónde está Luis –dijo ella, probablemente sin saberlo–, dónde está Marta, dónde está Pepe: ¡por qué no tienen los huevos suficientes para decirlo!”