Una vida por la libertad y la justicia
El escritor y periodista dio detalles del caso Kasemann. Se exhibió, durante la audiencia del juicio sobre El Vesubio, un documental realizado por Bayer sobre la vida de la joven alemana secuestrada durante la última dictadura.
Por Alejandra Dandan
Elizabeth Kasemann nació en mayo de 1947 en un refugio antiaéreo donde funcionaba una maternidad en los tiempos del nazismo. Su padre, uno de los teólogos más importantes del país, era miembro de la resistencia antinazi. En el `68, y en medio de una relación amorosa pero tensa con su familia, Elizabeth viajó a Latinoamérica y terminó instalándose en Buenos Aires, donde su compromiso personal la llevó a involucrarse políticamente en una de las agrupaciones trotskistas y, al decir de sus padres, tiempo después, a dar la vida por la libertad y más justicia en un país amado. La mataron el 24 de mayo de 1977 en Monte Grande, en un fusilamiento fraguado como enfrentamiento con otros 15 secuestrados.
Osvaldo Bayer, sentado en la sala de audiencias de los tribunales de Comodoro Py, donde se lleva a cabo el juicio oral por los crímenes del centro clandestino de El Vesubio, asistió a la proyección del documental de la vida de Elizabeth, un material que él mismo investigó acá y en Alemania, guionó, dirigió y que se emitió en 1992 para la televisión alemana. Bayer ya había declarado en el juicio, pero ayer volvió con la película en las manos. Kasemann es una causa que impulsa el gobierno alemán a través de Pablo Jacoby, dato curioso, socio de Gabriel Cavallo, a cargo de la defensa de la dueña de Clarín en el expediente Noble. Bayer acudió como testigo a pedido de ellos.
El documental, explicó, “da importancia a cómo se trató a los detenidos y dejó al descubierto la crítica al gobierno alemán, que tardó mucho en reaccionar y estaba haciendo muy buenos negocios con la Argentina”.
En la audiencia, Bayer habló potenciado por el peso de las imágenes, amparado en el cúmulo de pruebas que demuestran la brutalidad del gobierno militar, pero además del gobierno alemán, ministros y representantes locales. Dijo Bayer que en aquel momento le parecieron “ridículas” las explicaciones que dio la socialdemocracia alemana, que aseguró que había enviado dos cartas a la dictadura argentina pidiendo información sobre Elizabeth. Como otros testigos, mencionó la relación de “complicidad” de la representación alemana local con la dictadura. Bayer mencionó uno de sus libros, donde dio cuenta hace muchos años de los préstamos de los bancos alemanes a la dictadura para la construcción de cuatro fragatas y submarinos. En Alemania alegaban que aquellos barcos habían dado “ocupación plena” en el lugar donde se hicieron. “Vender armas a una dictadura –replicó en la sala– me parece que es muy poco ético.”
En 1968, Elizabeth inició el viaje a Latinoamérica que la terminó dejando en Buenos Aires. Primero estaba “asombrada con el colorido” de Bolivia, su primera parada, donde trabajó con un pastor metodista y una monja católica y donde su curiosidad europea se fue transformando en indignación. En Buenos Aires se instaló en Barracas. Conoció a Raymond Molinier, el secretario de Trotsky, dirigente de la IV Internacional y parte de la red de organizaciones que se ocupaban de prestar ayuda a los perseguidos políticos. Elizabeth generó una relación de amistad y política con él y comenzó a militar en el Poder Obrero. Sus padres viajaron a visitarla. Con la dictadura, ella les escribió una carta en la que les dijo que a pesar del dolor y del sufrimiento que sabía que iba a provocarles, por su condición de ser humano debía permanecer en Buenos Aires.
Elizabeth trabajaba en villas, organizaba las citas, se ocupaba de conseguir documentos para los que tenían que irse al exterior. “El trabajo en los barrios pobres fue una experiencia increíble tanto para ella como para mí”, explicó a través de la pantalla Diana Houston, una amiga inglesa, que cayó detenida pocas horas después de Elizabeth y a quien el gobierno británico logró poner en un avión 72 horas después.
Sergio Bufano es otra de las voces de la película. Conoció a Elizabeth en una reunión a la que llegaron vendados. “Era para planificar la muerte de un torturador”, dijo. El operativo preveía matar al militar, que solía almorzar todos los domingos al mediodía en un restaurante con su mujer y sus hijos. Elizabeth y Sergio lo siguieron. Iban al restaurante y en esas vigilancias decidieron “boicotear” la idea de la muerte con apoyo de un tercer compañero. El día de la operación, ese compañero faltó a la cita y ante la idea de un posible secuestro la organización suspendió el operativo. “Si bien muchos de nosotros habíamos elegido la lucha armada –explicó Sergio–, no estábamos de acuerdo con la muerte.”
Sergio y Elizabeth se pusieron de novios. Cuando él decidió irse del país, ella dejó de hablarle durante una semana. Estaba decidida a quedarse. Creía que el país tenía una clase obrera poderosa –explicó su compañero–, luchadora, creía que era el país donde estaba el eje de la revolución latinoamericana y por eso se quedó. De todos modos, lo ayudó a salir del país.
A Elizabeth la llevaron secuestrada primero a la sede del I Cuerpo de Infantería donde funcionaba un centro clandestino. Ahí la torturaron. Luego llegó a El Vesubio. Diana oyó los gritos de Elizabeth en el primer destino. “Sentí olor a carne quemada y los gritos. Y un ser humano –dijo– puede olvidarse de muchas cosas, pero el olor y los ruidos permanecen.” Y luego: “Oía los gritos de Elizabeth que era sometida a la tortura, es decir corriente eléctrica, y la golpeaban y otros tormentos que no podría explicar”.
Elena Alfaro la situó en El Vesubio siete días antes del asesinato. “Venía del Infierno –dijo–, que era un lugar muy violento y terrible en cuanto a las formas de vida, con celdas en las que los compañeros respiraban por turnos por las hendijas que había por abajo de la puerta.”
Pedro Durán Sáenz, responsable del centro clandestino durante 1977, era un ferviente católico, violador de muchas de las detenidas. Alemania pidió su extradición por esta causa varias veces, desde la época del gobierno de Fernando de la Rúa. Durán Sáenz decidió someterse al juicio en Argentina. Y Alemania decidió intervenir en la causa en forma directa como querellante.
Bayer contó que durante la investigación fue al barrio a hablar con los vecinos, que muchos recordaban lo que había pasado pero no quisieron hablar. También intentó entrevistar a Durán Sáenz, “no aceptó de ninguna manera”. Bayer contó cómo fue que la familia finalmente dio con el cuerpo de Elizabeth, porque no quedó incluido en su documental. Un emisario del Ejército Argentino indicó que sabía dónde estaba el cuerpo de Elizabeth, pidió 22 mil dólares para entregarlo, un dinero que pagó la Iglesia Metodista alemana. El fiscal Félix Crous pidió incorporar el crudo de la entrevista con Elena Alfaro. Cuando terminó la audiencia, quienes estaban en la sala se pararon a saludar a Bayer. Hablaron de justicia. El comentó: “¡Tanto tiempo después!”.
El escritor y periodista dio detalles del caso Kasemann. Se exhibió, durante la audiencia del juicio sobre El Vesubio, un documental realizado por Bayer sobre la vida de la joven alemana secuestrada durante la última dictadura.
Por Alejandra Dandan
Elizabeth Kasemann nació en mayo de 1947 en un refugio antiaéreo donde funcionaba una maternidad en los tiempos del nazismo. Su padre, uno de los teólogos más importantes del país, era miembro de la resistencia antinazi. En el `68, y en medio de una relación amorosa pero tensa con su familia, Elizabeth viajó a Latinoamérica y terminó instalándose en Buenos Aires, donde su compromiso personal la llevó a involucrarse políticamente en una de las agrupaciones trotskistas y, al decir de sus padres, tiempo después, a dar la vida por la libertad y más justicia en un país amado. La mataron el 24 de mayo de 1977 en Monte Grande, en un fusilamiento fraguado como enfrentamiento con otros 15 secuestrados.
Osvaldo Bayer, sentado en la sala de audiencias de los tribunales de Comodoro Py, donde se lleva a cabo el juicio oral por los crímenes del centro clandestino de El Vesubio, asistió a la proyección del documental de la vida de Elizabeth, un material que él mismo investigó acá y en Alemania, guionó, dirigió y que se emitió en 1992 para la televisión alemana. Bayer ya había declarado en el juicio, pero ayer volvió con la película en las manos. Kasemann es una causa que impulsa el gobierno alemán a través de Pablo Jacoby, dato curioso, socio de Gabriel Cavallo, a cargo de la defensa de la dueña de Clarín en el expediente Noble. Bayer acudió como testigo a pedido de ellos.
El documental, explicó, “da importancia a cómo se trató a los detenidos y dejó al descubierto la crítica al gobierno alemán, que tardó mucho en reaccionar y estaba haciendo muy buenos negocios con la Argentina”.
En la audiencia, Bayer habló potenciado por el peso de las imágenes, amparado en el cúmulo de pruebas que demuestran la brutalidad del gobierno militar, pero además del gobierno alemán, ministros y representantes locales. Dijo Bayer que en aquel momento le parecieron “ridículas” las explicaciones que dio la socialdemocracia alemana, que aseguró que había enviado dos cartas a la dictadura argentina pidiendo información sobre Elizabeth. Como otros testigos, mencionó la relación de “complicidad” de la representación alemana local con la dictadura. Bayer mencionó uno de sus libros, donde dio cuenta hace muchos años de los préstamos de los bancos alemanes a la dictadura para la construcción de cuatro fragatas y submarinos. En Alemania alegaban que aquellos barcos habían dado “ocupación plena” en el lugar donde se hicieron. “Vender armas a una dictadura –replicó en la sala– me parece que es muy poco ético.”
En 1968, Elizabeth inició el viaje a Latinoamérica que la terminó dejando en Buenos Aires. Primero estaba “asombrada con el colorido” de Bolivia, su primera parada, donde trabajó con un pastor metodista y una monja católica y donde su curiosidad europea se fue transformando en indignación. En Buenos Aires se instaló en Barracas. Conoció a Raymond Molinier, el secretario de Trotsky, dirigente de la IV Internacional y parte de la red de organizaciones que se ocupaban de prestar ayuda a los perseguidos políticos. Elizabeth generó una relación de amistad y política con él y comenzó a militar en el Poder Obrero. Sus padres viajaron a visitarla. Con la dictadura, ella les escribió una carta en la que les dijo que a pesar del dolor y del sufrimiento que sabía que iba a provocarles, por su condición de ser humano debía permanecer en Buenos Aires.
Elizabeth trabajaba en villas, organizaba las citas, se ocupaba de conseguir documentos para los que tenían que irse al exterior. “El trabajo en los barrios pobres fue una experiencia increíble tanto para ella como para mí”, explicó a través de la pantalla Diana Houston, una amiga inglesa, que cayó detenida pocas horas después de Elizabeth y a quien el gobierno británico logró poner en un avión 72 horas después.
Sergio Bufano es otra de las voces de la película. Conoció a Elizabeth en una reunión a la que llegaron vendados. “Era para planificar la muerte de un torturador”, dijo. El operativo preveía matar al militar, que solía almorzar todos los domingos al mediodía en un restaurante con su mujer y sus hijos. Elizabeth y Sergio lo siguieron. Iban al restaurante y en esas vigilancias decidieron “boicotear” la idea de la muerte con apoyo de un tercer compañero. El día de la operación, ese compañero faltó a la cita y ante la idea de un posible secuestro la organización suspendió el operativo. “Si bien muchos de nosotros habíamos elegido la lucha armada –explicó Sergio–, no estábamos de acuerdo con la muerte.”
Sergio y Elizabeth se pusieron de novios. Cuando él decidió irse del país, ella dejó de hablarle durante una semana. Estaba decidida a quedarse. Creía que el país tenía una clase obrera poderosa –explicó su compañero–, luchadora, creía que era el país donde estaba el eje de la revolución latinoamericana y por eso se quedó. De todos modos, lo ayudó a salir del país.
A Elizabeth la llevaron secuestrada primero a la sede del I Cuerpo de Infantería donde funcionaba un centro clandestino. Ahí la torturaron. Luego llegó a El Vesubio. Diana oyó los gritos de Elizabeth en el primer destino. “Sentí olor a carne quemada y los gritos. Y un ser humano –dijo– puede olvidarse de muchas cosas, pero el olor y los ruidos permanecen.” Y luego: “Oía los gritos de Elizabeth que era sometida a la tortura, es decir corriente eléctrica, y la golpeaban y otros tormentos que no podría explicar”.
Elena Alfaro la situó en El Vesubio siete días antes del asesinato. “Venía del Infierno –dijo–, que era un lugar muy violento y terrible en cuanto a las formas de vida, con celdas en las que los compañeros respiraban por turnos por las hendijas que había por abajo de la puerta.”
Pedro Durán Sáenz, responsable del centro clandestino durante 1977, era un ferviente católico, violador de muchas de las detenidas. Alemania pidió su extradición por esta causa varias veces, desde la época del gobierno de Fernando de la Rúa. Durán Sáenz decidió someterse al juicio en Argentina. Y Alemania decidió intervenir en la causa en forma directa como querellante.
Bayer contó que durante la investigación fue al barrio a hablar con los vecinos, que muchos recordaban lo que había pasado pero no quisieron hablar. También intentó entrevistar a Durán Sáenz, “no aceptó de ninguna manera”. Bayer contó cómo fue que la familia finalmente dio con el cuerpo de Elizabeth, porque no quedó incluido en su documental. Un emisario del Ejército Argentino indicó que sabía dónde estaba el cuerpo de Elizabeth, pidió 22 mil dólares para entregarlo, un dinero que pagó la Iglesia Metodista alemana. El fiscal Félix Crous pidió incorporar el crudo de la entrevista con Elena Alfaro. Cuando terminó la audiencia, quienes estaban en la sala se pararon a saludar a Bayer. Hablaron de justicia. El comentó: “¡Tanto tiempo después!”.
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