lunes, 26 de diciembre de 2011

Un genocida a casa y otro genocida de la casa a la cárcel

La Cámara de Casación revocó la prisión domiciliaria de Humberto Gamen

 La Sala IV de la Cámara hizo lugar al recurso presentado contra la concesión de esa pena a quien fuera segundo comandante de la Brigada de Infantería X, entre 1976 y 1977,
Humberto Gamen, condenado este año a prisión perpetua en el juicio por los crímenes del centro de detención ilegal el Vesubio.
 
Humberto Gamen, condenado a prisión perpetua por los crímenes del centro de detención ilegal el Vesubio. Apodado Toto o Beta, ocupó el cargo de segundo comandante de la Brigada de Infantería X, entre 1976 y 1977 y fue condenado el 16 de julio de este año a prisión perpetua en el juicio por los crímenes del centro de detención ilegal el Vesubio.

También, se confirmó la prisión domiciliaria de Hugo Pasacarelli, condenado por 156 crímenes de lesa humanidad, cometidos en el centro clandestino de detención con la disidencia del juez Borinsky. Contra la detención domiciliaria de Pasacarelli existe otro recurso de casación pendiente de resolución por la misma Sala, por haber violado la detención domiciliara a poco de serle concedida.

El Tribunal Oral Federal N° 4 (TOF), no hizo lugar a la solicitud de la fiscalía de que le fuera revocado el beneficio, y contra ese fallo la fiscalía recurrió en casación.

Pasacarelli, violó la detención domiciliaria por segunda vez, lo que motivó que la fiscalía exigió que se le suspendiera el privilegio. Esto, aún se encuentra pendiente de resolución por el TOF 4.

En rigor, la misma Sala tiene pendiente la resolución de los respectivos recursos de casación interpuestos contra la detención domiciliaria concedida a Hipólito Mariani Y Cesar Comes, ambos condenados en 2008 a la pena de 25 años de prisión por los crímenes cometidos en el centro de detención, Mansión Seré, de la Fuerza Aérea.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Procesarán al ex jefe de "El Vesubio"

En el marco de la causa que investiga los delitos de lesa humanidad cometidos en la órbita del Primer Cuerpo del Ejército, la Cámara Federal confirmó el procesamiento, con prisión preventiva, del coronel Gustavo Adolfo Cacivio -alias el "Francés"-, jefe del centro clandestino de detención "el Vesubio", a quien se lo imputa de cometer un centenar de secuestros y torturas durante la última dictadura militar.

La Sala I del tribunal de apelaciones ratificó la imputación contra el represor por "el delito de privación ilegal de la libertad agravada por mediar violencia o amenazas reiterada en ciento un ocasiones, de las cuales 64 se encuentran agravadas por su duración, todas ellas en concurso real con el delito de imposición de tormentos reiterados" en la misma cantidad de casos.

En una resolución, los camaristas Jorge Ballestero y Eduardo Farah, explicaron que el "plan criminal" fue aprobado por los ex comandantes quienes "ordenaron a sus subordinados que: privaran de su libertad en forma ilegal a las personas que considerasen sospechosas de tener relación con `organizaciones terroristas`; que las condujeran a lugares de detención clandestinos".

Los delitos de lesa humanidad atribuidos al "Francés" fueron cometidos en ese centro clandestino "emplazado en el cruce de la autopista Richieri y Camino de Cintura, localidad de La Matanza, provincia de Buenos Aires", entre abril de 1976 y septiembre de 1978.

Para ratificar la prisión preventiva, los camaristas indicaron que "existen elementos concretos de mayor peso que hacen suponer fundadamente, de acuerdo con las siguientes consideraciones, que el imputado podría entorpecer el curso de la investigación en caso de recuperar su libertad, lo cual impide, de momento, aplicar la regla de la libertad durante el proceso".

lunes, 29 de agosto de 2011

Confirman procesamientos por crímenes cometidos en "El Vesubio"

Confirman procesamientos por crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino “El Vesubio”
Lo dispuso la Sala I de la Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional Federal. Se trata de cuatro acusados por los delitos de privación ilegal de la libertad agravada e imposición de tormentos. Es en el marco de la megacausa Primer Cuerpo de Ejército

La Sala I de la Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional Federal confirmó el procesamiento con prisión preventiva de cuatro imputados por delitos de lesa humanidad, cometidos en el centro clandestino de detención conocido como “El Vesubio”.

Se trata de Néstor Norberto Cendón, Federico Antonio Minicucci, Jorge Raúl Crespi y Faustino José Svencionis, acusados por los delitos de privación ilegal de la libertad agravada e imposición de tormentos.

La decisión se da en el marco de la megacausa por violaciones a los derechos humanos cometidas en el ámbito del Primer Cuerpo de Ejército, investigación a cargo del juez Daniel Rafecas, titular del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal N° 3.

jueves, 14 de julio de 2011

Condenas para jefes Vesubio, algunos ya muertos.. Genocidio... ni en las consideraciones


Perpetua para los jefes del Vesubio

El Tribunal Oral Federal 4 de la Capital Federal condenó al ex general Héctor Gamen y al ex coronel Hugo Pascarelli por 156 crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención. Cinco agentes penitenciarios recibieron penas de entre 18 y 22 años y serán investigados por seis casos de abuso sexual y violación. Por El Vesubio pasaron, entre muchos otros, el dibujante y creador de El Eternauta, Héctor Oesterheld, el cineasta Raymundo Gleyzer y el escritor Haroldo Conti.

Los jueces Leopoldo Bruglia, Jorge Gorini y Pablo Bertuzzi ordenaron que Gamen y Pascarelli sean detenidos luego de la condena, ya que se encontraban en libertad. El arresto se concretó apenas terminó la audiencia, cuando fueron esposados por personal del Servicio Penitenciario Federal (SPF).

Gamen fue condenado por 22 homicidios calificados por haber sido cometidos con alevosía y por 76 casos de privación ilegítima de la libertad y aplicación de tormentos, en tanto Pascarelli recibió la pena por tres homicidios y 15 hechos de privación ilegítima de la libertad y aplicación de tormentos.

Además, cinco ex agentes del SPF fueron condenados por privación ilegítima de la libertad y aplicación de tormentos: Ricardo Martínez fue encontrado culpable por 141 casos y Ramón Erlán por 140, a 20 años y seis meses; Diego Chemes por 140 casos, a 21 años y seis meses; José Maidana por 91 hechos, a 22 años y seis meses, y Roberto Zeolita por 141 casos, a 18 años. El tribunal ordenó que sean investigados por seis casos de abuso sexual y violación y 22 homicidios.

Un octavo imputado, el coronel Pedro Alberto Durán Sáenz -alias "Delta"-, que también fue jefe del centro, murió el pasado 6 de junio impune y en libertad pese a comprobarse que había torturado incluso a embarazadas.

"El Vesubio" funcionó entre abril de 1976 y septiembre de 1978 en un predio del SPF ubicado en Avenida Ricchieri y Camino de Cintura y se calcula que por ese lugar pasaron 1500 personas. Estaba bajo jurisdicción del Primer Cuerpo del Ejército, a cargo del fallecido ex general Guillermo Suárez Mason. El centro comenzó a demolerse a fines de 1978, cuando se esperaba para principios de 1979 la llegada al país de la Corte Interamericana de Derechos Humanos para investigar las denuncias por los delitos de lesa humanidad.
El general retirado Héctor Gamen y ex coronel Pascarelli quedaron detenidos luego que fueran condenados a prisión por 156 crímenes de lesa humanidad, incluidos 22 homicidios cometidos entre 1976 y 1978,
Ambos militares, que fueron jefes del centro clandestino y llegaron en libertad hasta el fin del juicio, fueron condenados junto a cinco ex agentes penitenciarios que estaban detenidos y cuyas penas oscilaron entre 18 y 22 años de prisión.

Un octavo imputado, el coronel Pedro Alberto Durán Sáenz -alias “Delta”, que también fue jefe del centro, murió el pasado 6 de junio impune y en libertad pese a comprobarse que había torturado incluso a embarazadas.

Los penitenciarios condenados, que ingresaron esposados y fueron desengrillados por jóvenes agentes de esa fuerza, son Ramón Antonio Erlán, condenado a 20 años y 6 mses de prisión; José Néstor Maidana, a 22 años y seis meses; Roberto Carlos Zeolitti, a 18 años; Diego Salvador Chemes, a 21 años y seis meses; y Ricardo Néstor Martínez, alias “Pájaro”, a 20 años y seis meses.

Ademas de las privaciones ilegales de libertad y tormentos, los jueces del TOF4 encontraron a los dos militares responsables de 22 homicidios agravados de presos fusilados en Monte Grande en mayo de 1977, algunos de cuyos cuerpos fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense durante los debates.

El veredicto del TOF 4, que integraron los jueces Leopoldo Oscar Bruglia, Jorge Luciano Gorini y Pablo Bertuzzi, fue leído esta tarde tras 17 meses de audiencias en la que testimoniaron medio centenar de sobrevivientes, algunos de ellos presentes en la sala y visiblemente emocionados -algunos con lágrimas en los ojos- al escuchar el fallo.

Se calcula que por el Vesubio, ubicado en Camino de Cintura y Ricchieri bajo dependencia operacional de la Brigada de Infantería Mecanizada X con asiento en Palermo, pasaron 1.500 detenidos-desaparecidos, entre ellos el cineasta Raymundo Gleyzer y el escritor Haroldo Conti.

Según un testimonio brindado en el juicio, el fallecido coronel Durán Saenz encargó a otro desaparecido en este campo de detención y exterminio, el guionista Héctor Oesterheld, una historieta sobre la vida del general José de San Martin en la que el creador de El Eternauta trabajaba al momento de ser “trasladado”, como denominaban los represores a la eliminación física de los detenidos.

En su mayoría eran militantes de las organizaciones Montoneros y Vanguardia Comunista -entre ellos sus dirigentes Elías Semán y Roberto Cristina-, y al menos 16 eran embarazadas que dieron a luz en el Hospital Militar de Campo de Mayo, cinco de las cuales sobrevivieron con sus hijos aunque la mayoría continúan desaparecidas.

En este juicio también fue querellante el Estado alemán, dado que una de las asesinadas era Elizabeth Kasseman, una estudiante de sociología alemana hija del famoso teólogo, cuyo cuerpo fue entregado poco después de su ejecución a la familia por medio de la embajada.

Condenas Vesubio ..... siempre la fiscalía y las partes que ni mencionan GENOCIDIO

martes, 5 de julio de 2011

Represor orgulloso de ser genocida

Ultimas palabras del represor Hugo Pascarelli
“Con la tranquilidad del deber cumplido”

El acusado volvió a hablar de una “guerra” para referirse al terrorismo de Estado y se definió como un “soldado”. Fue jefe del Regimiento 1 de Artillería de La Tablada. El próximo 14 de julio el tribunal dará a conocer la sentencia.

 Por Alejandra Dandan

En las salas de audiencia a veces es difícil entender cuánto de la batalla cultural está ganado. En las sillas destinadas al público de una de las dos salas de los tribunales de Retiro preparadas para las audiencias de los juicios de lesa humanidad, esta vez aparecieron viejos camaradas de armas, la mujer, hijos y tres nietos de uno de los militares acusados por los crímenes de El Vesubio. No escucharon ninguno de las tormentosos relatos de las víctimas, esa insoportable reactualización del infierno. Pero estaban ahí, ahora sí, porque Hugo Idelbrando Pascarelli iba a pronunciarse como si aún fuese coronel del Ejército para decir las últimas palabras.

Una de las concurrentes más jóvenes buscó el modo de acercar un grabador para registrar a quien todo hacía suponer que era su abuelo. El presidente del Tribunal Oral Federal 4 dio comienzo a la audiencia para comunicar que, concluido el debate, se daba paso a las últimas palabras de los imputados. El juez Leonardo Bruglia dio la palabra primero a Héctor Humberto Gamen, ex general de Brigada, el hombre de mayor jerarquía entre los acusados, que tuvo a cargo el área dentro de la cual funcionaba El Vesubio. Gamen decidió no hablar y enseguida tomó la palabra Pascarelli.

“Para mí están en juego mi buen nombre y honor, es la herencia que dejo para toda mi familia: mi esposa, que es mi verdadero baluarte; mis hijos, mis nietos que, después de Dios, son mi fortaleza espiritual”, explicó.

Las querellas y la fiscalía encabezada por Félix Crous dicen desde hace semanas que si es verdad que alguno de los siete imputados tiene algo para decir, algún aporte verdadero, los datos sobre el destino de los desaparecidos o el lugar donde entregaron a uno de los hijos de las detenidas, que lo hagan. Que tienen la ocasión para hacerlo durante el tramo de las últimas palabras. El destinatario específico de ese mensaje es uno de los penitenciarios: “el Sapo” Roberto Zeolitti, quien asegura que desde la recuperación de la democracia está a disposición de la Justicia y a quien las querellas le replican que las únicas cosas que dijo hasta ahora se sabían o estuvieron destinadas a encubrir su rol o el de sus compañeros. Zeolitti tendrá la oportunidad de decir algo la semana próxima, antes del 14 de julio, cuando el tribunal pronuncie la sentencia. Con Pascarelli ninguna de las querellas esperaba demasiado porque siempre negó su poder de incidencia sobre el área. Y ayer volvió a ese argumento.

“Afirmo y digo lo que pienso sin mentir a pesar de que se dijo que yo mentía porque la verdad iba a perjudicarme”, señaló en respuesta a las querellas y al fiscal Crous, que lo acusaron de mentiroso.

Las acusaciones a Pascarelli son del año 1976. Era jefe del Regimiento 1 de Artillería de La Tablada, que dependía del Comando de Operaciones Tácticas con asiento en Palermo –donde estaba Gamen– y un ámbito que luego, cuando las informaciones de inteligencia debieron hacerse de modo más acelerado, se trasladó a ese mismo predio. Pascarelli dijo en la audiencia que El Vesubio no existía en 1976. Y otra vez dijo una mentira: no sólo ya existía, sino que empezó a funcionar un año antes como “La Ponderosa”.

A fin de año de 1976, Pascarelli fue a Estados Unidos a la Escuela de las Américas. Un lugar que describió como la panacea de los hombres del bien, donde su tarea era invitar a personalidades internacionales para exponer criterios sobre distintas perspectivas.

Y dijo: “Nosotros sabíamos la situación que vivía nuestra patria, unos ignoraban su magnitud, otros lo ignoraban para no tener que tomar posición”. Dijo que en ese momento “un enemigo real se levantó en armas contra la Nación”. Y explicó: “Sin atreverme a mentir, cuando me miro en el espejo de la conciencia, éste refleja a un soldado envejecido que cumplió con su deber y está orgulloso de ser soldado argentino, agradecido por haber podido luchar por la libertad de las ideas”.

Como suelen hacer sus pertrechados camaradas de armas, también habló de la guerra, de que lucharon contra “organizaciones que desataron una confrontación en el ámbito urbano y rural”.

En la sala, en tanto, entraron algunos familiares de las víctimas. Caminaron derecho para sentarse entre el público. Pero cuando vieron tantas sillas ocupadas, se detuvieron como sin entender demasiado, hasta que entendieron, les hicieron algún gesto con las manos de esos que se hacen para espantar un mal presagio y buscaron lugares en la parte de atrás.

Pascarelli seguía con los papeles. “Espero el veredicto con la tranquilidad del deber cumplido y siempre aspiré a que en mi patria estuviera el sistema representativo, republicano y federal”, mintió, nuevamente. Cuando todo terminó, Gamen se paró a saludarlo:

–¡Pascarelli! –le dijo con voz de mano–: el general lo saluda y lo felicita.

Un saludo en tercera persona. Como si hablara en nombre de otro. Como aquel gesto del comienzo de Pascarelli que, enredado entre su gente, esperó que pasara uno de los abogados de las querellas y, cuando hubo pasado, con valentía susurró: “¡Este es un hijo de puta!”.

lunes, 4 de julio de 2011

CCD Vesubio: Hablarán los genocidas acusados

El juicio por El Vesubio

El juicio por la represión ilegal en el centro clandestino de detención El Vesubio ingresará hoy en su tramo final cuando el Tribunal Oral Federal 4 escuche las últimas palabras de dos de los ocho procesados. Se trata de los ex militares Héctor Gamen y Hugo Pascarelli, ya que el tercer ex militar, Pablo Durán Sáenz, falleció sin ser condenado.

Gamen y Pascarelli tendrán oportunidad de hablar ante los jueces Leopoldo Bruglia, Jorge Gorini y Pablo Bertuzzi, quienes tienen previsto escuchar a todos los acusados y luego dar fecha para emitir veredicto, que sería la semana próxima. El juicio comenzó en febrero del año pasado y se ventilaron las violaciones a los derechos humanos cometidas en ese centro clandestino por el que fueron juzgados tres militares –entre ellos el fallecido Durán Sáenz– y cinco ex agentes del Servicio Penitenciario en la última dictadura.

En los alegatos que se escucharon en los últimos dos meses tanto la fiscalía como los distintos querellantes pidieron condenas de prisión perpetua para los ex militares Gamen y Pascarelli y de hasta 25 años de cárcel para los ex penitenciarios Ramón Erlán, Diego Chemes, José Maidana, Ricardo Martínez y Roberto Zeolitti. El tribunal optó por escuchar primero a los dos ex jefes militares que quedan con vida –Gamen y Pascarelli– y luego a los penitenciarios antes de emitir su veredicto.

El Vesubio estuvo ubicado en Camino de Cintura y Riccheri, en el partido de La Matanza, y dependía del Primer Cuerpo del Ejército, y en el juicio se repasaron 157 hechos de detenciones ilegales y asesinatos.

A lo largo de más de un año de audiencias declararon unos 300 testigos, entre ellos muchos sobrevivientes que dieron cuenta de las violaciones sufridas por las secuestradas, las torturas y tormentos y privaciones ilegales de la libertad.

Por ese centro clandestino pasaron, entre muchos otros, el dibujante y creador de El Eternauta, Héctor Oesterheld, el cineasta Raymundo Gleyzer y el escritor Haroldo Conti.

lunes, 16 de mayo de 2011

El sentimiento de lo diabólico, según Fiscalía...¿y el delito de genocidio?

Alegato de la Fiscalía en los crímenes de El Vesubio.
Invocación a Julio Cortázar quién sí "acusaba" de genocidio

En el último tramo del juicio oral, el fiscal Félix Crous dio por probada la intervención de los ocho acusados en el centro clandestino y avanzó con la descripción de las víctimas, entre ellas Raymundo Gleyzer y alumnos del Nacional de Buenos Aires.

 Por Alejandra Dandan

La última etapa de los alegatos de las querellas por los crímenes cometidos en el centro clandestino El Vesubio estaba por empezar. Los tres militares acusados, aún en libertad, ya estaban sentados. A los otros cinco imputados, ex agentes penitenciarios, les habían sacado las esposas y estaban ahí, a la espera, en su nueva condición de prisioneros. El fiscal Félix Crous, a cargo del armado de este último tramo en el juicio oral, empezó el alegato con estas palabras: “Pienso que todos los aquí reunidos coincidirán conmigo en que cada vez que, a través de testimonios personales o de documentos, tomamos contacto con la cuestión de los desaparecidos en la Argentina o en otros países sudamericanos, el sentimiento que se manifiesta casi de inmediato es el de lo diabólico. Desde luego, vivimos en una época en la que referirse al diablo parece cada vez más ingenuo o más tonto, y sin embargo es imposible enfrentar el hecho de las desapariciones sin que algo en nosotros sienta la presencia de una fuerza que parece venir de las profundidades, de esos abismos donde inevitablemente la imaginación termina por situar a todos aquellos que han desaparecido”.

Sólo al final Crous contó que esas palabras las había pronunciado Julio Cortázar en 1981, en París, para el coloquio sobre la política de la desaparición forzada de personas, en medio de la pelea para que Naciones Unidas reconociera el estatus de los desaparecidos. Y aquí, en la trama de El Vesubio, fue el soporte para anclar el alegato por 155 víctimas del campo de exterminio ubicado en el cruce de Riccheri y General Paz. Algunas de ellas, dijo Crous, recuperaron la libertad; 22 aparecieron asesinadas y existe una “enorme cantidad de desaparecidos”, cuyos cuerpos aún buscan sus familiares.

“Nosotros nos sentimos muy honrados de estar en ese futuro que señalaba Cortázar, acusando a quienes acusamos en este juicio”, dijo el fiscal. “Estamos acá porque las madres jamás abandonaron a sus hijos, porque los hijos nunca abandonaron a sus padres, porque azuzaron a una sociedad narcotizada por el consumo o la angustia por la sobrevivencia a recordar que aquí había cosas pendientes.”

El alegato se extenderá toda la semana. En el comienzo, la fiscalía homenajeó a dos abogados, víctimas de El Vesubio, y sin mencionarlo le dedicó una crítica a Pablo Jacoby, que actúa en representación del gobierno alemán por una de las víctimas y es socio, a la vez, del estudio jurídico que defiende a la dueña del Grupo Clarín, Ernestina Herrera de Noble, en la causa por la identidad de sus hijos adoptivos Marcela y Felipe.

En el proceso por los delitos perpetrados en El Vesubio son juzgados ocho represores: los militares Hugo Pascarelli, Héctor Gamen, como jefes de área, y Pedro Durán Sáenz, a cargo del centro clandestino, y cinco ex agentes penitenciarios. Las querellas vienen pidiendo prisión perpetua para los militares porque son los únicos acusados hasta ahora por los 22 homicidios. Crous empezó por ese punto; dio por probada la intervención de todos los acusados en los hechos vinculados al campo clandestino y explicó la lógica de los homicidios: “Los cuerpos pertenecían a personas sacadas para ser fusiladas en completa indefensión, sus cuerpos se hallaron en escenas montadas para mostrar al resto de la sociedad los resultados de un supuesto enfrentamiento con las fuerzas de seguridad”. Así aparecieron todos los cuerpos en episodios ocurridos en Monte Grande, Del Viso, Avellaneda y Lomas de Zamora.

Luego avanzó con la descripción de las víctimas de 1976, 1977 y 1978. Un dato: la descripción reconstruyó trayectorias políticas, pero del modo en el que fueron narradas durante el juicio; no aparecieron en la voz de los fiscales, sino con el tipo de relato de cada sobreviviente o familiar.

El ’76 es el período más borroso de El Vesubio. Funcionaba sólo una de las tres casas destinadas a la organización de la represión y es el año con menos registros de víctimas, porque además hay menos sobrevivientes. La primera víctima cuyo caso fue reconstruido fue Gabriel Oscar Marotta, secuestrado el 29 de abril en La Plata, blanqueado y liberado en octubre de 1982. Durante su cautiverio, escuchó a otro compañero decir que estaba muy apenado porque había mandando “en cana a Haroldo Conti”. El caso del escritor no pertenece a la causa, pero su mención pareció indicar alguno de los pedidos que se harán al término del alegato.

Otra víctima del ’76 vinculada a Conti fue Raymundo Gleyzer. La fiscalía acusó por el secuestro a Gamen y Pascarelli y dio por probado que lo secuestraron el 27 de mayo de 1976. Ese día almorzó en casa de su madre, a las 16 pasó por el sindicato de cine y a las 18 no llegó a recoger a su hijo. Su hermana Greta encontró el departamento desvalijado. Una vecina había escuchado gritos, vio a varios hombres llevarse cosas y, cuando preguntó si era una mudanza, le respondieron: “Acá hay mudanza para rato”. Gleyzer permaneció en El Vesubio hasta el 20 de junio de 1976. Sus amigos ya denunciaban que estaba con Conti. Sabían que lo habían tirado en “una mesa completamente electrificada, que en lugar de tener simples electrodos, las personas eran cortadas vivas”.

En 1976 hubo un grupo de estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires, de la UES. La fiscalía dio por probado el traslado a El Vesubio de Federico Julio Martul y Gabriel Dunayevich, de 17 y 18 años, cuyos cuerpos aparecieron el 3 de julio de ese año en una banquina de Del Viso. Estaban boca abajo y a los extremos del cuerpo de Leticia Akselman, otra víctima. Tenían impactos de bala y, por un grupo de vecinos, sus padres pudieron saber que los fusilaron, los ataron con alambres y les pusieron un cartel que decía: “Fui Montonero”.

Un dato particularmente subrayado fue el procedimiento sobre los cuerpos. “Usualmente se descubrían uno o dos días más tarde –dijo Clarisa Miranda, fiscal adjunta–, pasaban a manos de la policía local y los llevaban a la morgue.” Un médico forense hacía la autopsia y certificados, pero “ni una sola medida servía para investigar las identidades, que era muy fácil de hacer con las pruebas dactilares”. A los cuerpos los depositaban como NN en el cementerio local y el caso se cerraba. Pero con Martul la “burocracia atentó contra la clandestinidad”, porque la extracción de las huellas le permitió a su familia dar con su cuerpo pocos días más tarde. “Desde entonces el expediente no tuvo ningún avance significativo, nada hizo el Poder Judicial para identificar a las otras víctimas hasta el retorno a la democracia.”

Uno de los hechos centrales de 1977 fueron las 16 víctimas de la masacre de Monte Grande. Entre ellas está Elizabeth Kaserman, secuestrada a principios de marzo de 1977, y un grupo de militantes de la brigada obrera del Poder Obrero. Sus caídas y la lógica con que fueron perseguidos aparecieron con claridad en el juicio por los relatos de testigos, pero también por los documentos de la ex Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense (Dipba).

viernes, 6 de mayo de 2011

Piden prisión perpetua por los crímenes en El Vesubio

Ante el Tribunal Oral Federal Nº 4 de la Capital Federal, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación pidió, durante su alegato, la pena de prisión perpetua para tres ex militares, en el marco del juicio oral contra ocho acusados por crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención “El Vesubio”, durante el último gobierno de facto.

En tanto, pidió 25 años de prisión para Ramón Antonio Erlán, Diego Salvador Chemes, José Néstor Maidana y Ricardo Néstor Martínez, y 20 años para Roberto Carlos Zeolitti.

Cabe recordar que la querella -JUSTICIA YA- representada por la abogada Liliana Macea solicitó, en su alegato, la pena de prisión perpetua para Durán Sáenz, Gamen y Pascarelli.

Asimismo, requirió 25 años de prisión para Erlán, Chemes, Maidana, Martínez y Zeolitti.

Por otro lado, la querella representada por el abogado Pablo Jacoby solicitó la pena de reclusión perpetua para Durán Sáenz y Gamen. Además, pidió que se condene a 21 años de prisión a Erlán, Chemes, Maidana y Martínez, y a 11 años a Roberto Carlos Zeolitti.

jueves, 14 de abril de 2011

Alemania pide perpetua para los asesinos del "Vesubio"

Alemania pidió hoy reclusión perpetua para el ex general Héctor Gamen y el ex coronel Pedro Durán Sáenz y entre 11 y 21 años de prisión para seis ex agentes del Servicio Penitenciario Federal (SPF), acusados de crímenes de lesa humanidad.

Aquí funcionaba el Centro Clandestino de detención "El Vesubio".
 El abogado Pablo Jacoby, que lleva adelante el caso del secuestro y asesinato de la ciudadana alemana Elisabeth Käsemann, hizo el pedido al concluir hoy sus alegatos ante el Tribunal Oral Criminal Federal 4.

Jacoby solicitó 21 años de prisión para los agentes del SPF Ramón Erlán, José Maidana, Diego Chemes y Ricardo Martínez y 11 años para Roberto Zeolitti, por los delitos de privación ilegal de la libertad agravada y tormentos agravados. En tanto, a Gamen y Durán Sáenz los acusó por esos mismos delitos y por homicidio agravado y reclamó que se los condene a reclusión perpetua.

La querella solicitó la mitad de la pena para Zeolitti respecto del resto de los penitenciarios porque según testigos "tenía una actitud diferente de los demás guardias en cuanto al tratamiento y condiciones de detención durante su guardia". En el juicio también está imputado el ex coronel Hugo Idelbrando Pascarelli, pero la querella no lo acusó porque no revistaba en "El Vesubio" cuando Käsemann estuvo secuestrada.

Además de las condenas, Jacoby solicitó la baja por exoneración de todos los acusados. Käsemann, socióloga y estudiante de Economía, fue secuestrada el 8 de marzo de 1997 y entre el 23 y 24 de mayo fue sacada de "El Vesubio" junto a otros 15 secuestrados y trasladada a la localidad de Monte Hermoso, donde fue fusilada con disparos en la nuca y la espalda. El cadáver fue encontrado dos años después en una fosa común y trasladado a Alemania.

"El Vesubio" funcionó entre 1975 y 1978 en un predio del SPF ubicado en Avenida Ricchieri y Camino de Cintura, donde también estuvieron secuestrados el escritor Haroldo Conti y el historietista Héctor Oesterheld, quienes se encuentran desaparecidos. La querella señaló que Gamen y Durán Sáenz estuvieron vinculados al crimen de Käsemann porque formaban parte del Primer Cuerpo del Ejército que tenía jurisdicción sobre "El Vesubio". Los ocho represores están acusados por 156 casos de delitos de lesa humanidad, entre los que se encuentran 17 homicidios y 75 desapariciones.

El juicio continuará el próximo miércoles con los alegatos de la querella a cargo de la abogada Mirta Mántaras y las semanas entrantes harán lo propio las tres acusaciones privadas del juicio. En tanto, para mediados de mayo está previsto el alegato del fiscal federal Félix Crous y luego el de las defensas. Al culminar el proceso de alegatos, los jueces Leopoldo Bruglia, Jorge Gorini y Pablo Bertuzzi fijarán la fecha de veredicto.

lunes, 11 de abril de 2011

Fase final el juicio por delitos en centro clandestino de detención "El Vesubio"


El Tribunal Oral Federal Nº 4 de la Capital dará inicio este martes a las audiencias de alegatos. Son juzgados ocho ex militares por violaciones a los derechos humanos cometidos durante el último gobierno de facto

El Tribunal Oral Federal Nº 4 de la Capital Federal dará inicio este martes, a partir de las 10, a las audiencias de alegatos en el juicio oral contra ocho ex militares por crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino “El Vesubio”, durante el último gobierno de facto.

Ese día arrancarán las exposiciones de las querellas. Luego será el turno del Ministerio Público Fiscal y finalmente de las defensas.

En el juicio se investiga la participación en esos delitos de Pedro Alberto Durán Sáenz, Héctor Humberto Gamen, Hugo Idelbrando Pascarelli, Ramón Antonio Erlán, José Néstor Maidana, Roberto Carlos Zeolitti, Diego Salvador Chemes y Ricardo Néstor Martínez.

El debate comenzó el 26 de febrero de 2010

martes, 8 de febrero de 2011

“El sadismo era violar a embarazadas”

Elena Alfaro, sobreviviente de El Vesubio.

Siete meses estuvo secuestrada, embarazada, padeció el infierno. El responsable directo de su cautiverio, Pedro Durán Sáenz, goza todavía de libertad. Suárez Mason la dejó salir. Su parto estaba previsto para un día después.
Por Alejandra Dandan

De pronto, Elena Alfaro habló directamente con el presidente del Tribunal. “Ellos ya se habían dado cuenta: yo estaba embarazada de cuatro meses, señor presidente, mi embarazo era notorio, pero el sadismo era violarse a las embarazadas.” Y el sadismo llegó a más: “En los campos vimos lo que no tenía que verse, y el traidor fue fabricado adentro de los campos: eso es lo que pasó, señor, si vamos a decir la verdad, que sea esa.”

Elena Alfaro estuvo siete meses en El Vesubio. Es una de las pocas sobrevivientes de 1977. Su testimonio era uno de los más esperados en las audiencias que sigue el Tribunal Oral Federal 4, y el último posiblemente antes del comienzo de los alegatos. Los miedos con los que ella bajó en Ezeiza en 1985 para declarar ante la Conadep tal vez todavía expliquen que desde hace meses busca lugares alternativos a las embajadas o consulados argentinos en el exterior para dar su testimonio. Ayer declaró finalmente desde una organizacion no gubernamental en Francia. A las ocho treinta de la mañana argentina, se conectó a una computadora. Aquel hombre, Pedro Durán Sáenz, uno de los sujetos del sadismo, el jefe del centro clandestino, a quien ella llamó todopoderoso, el que se regodeó con las violaciones y a quien su testimonio duro y crudo terminó de hundir como pocas veces había sucedido, estaba ahí, sentado frente a la pantalla, con la cara semidormida y pesada rebotando contra una pared. Y peor: si Elena Alfaro hubiese declarado en Buenos Aires podría haberse cruzado con él en uno de los pasillos de Comodoro Py durante los intervalos: como sucede con los otros dos militares acusados, el jefe de El Vesubio está en libertad –como recordó ayer uno de los abogados–, está excarcelado por las garantías del debido proceso. El juez Daniel Rafecas puede detenerlo por las pruebas de Vesubio II, pero no lo hace. Afortunadamente, Elena Alfaro no se lo cruzó, porque se quedó en Francia.

El infierno

A ella la secuestraron en la medianoche del 19 de abril del ’77, a cuatro días de sus 25 años. Estaba en su casa con el camisón que meses después prestó a una de las secuestradas que iba a dar a luz. Descansaba por el estado de su propio embarazo y, aunque no lo sabía, a las cuatro de la tarde habían secuestrado a su compañero Luis Alberto Fabbri en una cita cantada. A Elena la llevaron a El Vesubio. “Me llevan a sala de torturas, escucho los gritos terribles de todo el mundo, porque ahí había diferentes salas”, dijo. Desnuda, atada de manos y piernas, la picana. Le hicieron ver las torturas de Luis, y a él las suyas: Luis estaba destrozado, dijo, “la cara hinchada y las encías sangrantes, lo atan a la misma cama conmigo, ahí pudimos hablar”.

Pudo ver las botas que había visto en la sala de torturas: las botas que eran de Durán Sáenz. Todavía tenía referencias. “Eran referencias que podíamos ir teniendo porque uno pierde los sentidos del tiempo, no sabe si es de día o de noche, no tengo idea de cuánto pasó, si oigo los gritos y reconozco las voces.”

Pasó por un régimen duro en las cuchas de mujeres: esas dos habitaciones contiguas, sin puertas y con las ventanas clausuradas, y con un gancho a la altura del zócalo de cada celda, desde donde ataban a las mujeres con cadenas. “El castigo más terrible era cuando alguno no cumplía las reglas –dijo–, había palizas para todos, y en un lugar donde la vida estaba totalmente desarticulada, si nos odiaban todos los días, vivíamos sumergidos en el odio.” Era el comienzo de la despersonalización, el momento en el que empezó a ser “O-8”.

“Esto quiero englobarlo en un pensamiento –dijo–: no fue por azar, tuvo que ver con una ideología bien determinada que permitió este tipo de genocidio, como por ejemplo buscar un lugar aislado donde estábamos separados del exterior: nadie podía ver de afuera ni nosotros el exterior.” En ese territorio “extrajurídico” se hacían a la idea de que la ley la hacían los “señores de la muerte”: el jefe del campo era el encargado de hacer la ley.

Durán Sáenz aseguraba formar parte de una elite de “contrainteligencia”: todos los que estaban ahí eran hombres de Inteligencia, de la Policía Federal, la bonaerense o del Ejército, pero la “contrainteligencia era la casta superior”. Y en esos primeros días en que estuvo supo que Durán Sáenz usaba a las mujeres como mano de obra esclava. “Siempre había una que iba y venía de la jefatura, y traía información.” En esos días, había traído a dos secuestradas del infierno: el jefe las seleccionó, dijo ella, él mismo decía que estaban muy flacas, en estado animal, él les daba de comer, las dejaba bañar y a Silvia la obligó a vivir con él. “Esa idea de traer mujeres a El Vesubio no fue por azar –explicó–: Durán Sáenz organizaba robos de autos en los camiones mosquito que transportan autos 0 K haciendo participar a mujeres, para decir que lo hacían los Montoneros”.

Los autos que repartió entre su gente le ocasionaron algún problema. Un día les cambiaron las ropas a las dos mujeres, las torturaron y las llevaron a las cuchas: en ese momento Elena las conoció, y esa misma noche, en pleno silencio, las trasladaron.

Su testimonio más que en escenas abundó en datos: mencionó a la médica y la enfermera del Hospital de Quilmes, a Elizabeth Kasemann, Héctor Oesterheld, con el que pasó los siete meses, y aclaró que mientras estuvo habrán pasado entre 2500 y 3000 personas. Habló del intercambio de prisioneros como el caso de un secuestrado de la ESMA que pusieron en la sala Q, donde llegó a visitarlo Adolfo Scilingo. También de listados que se escribían todos los días con el relevamiento de los detenidos y de la violencia sexual a la mujer.

El 18 de mayo despidió a su compañero: Luis se acercó a decirle que le habían tomado las medidas para cambiarlo de ropa y lo revisaron por las heridas. “Estábamos a casi un mes de estar ahí –dijo–, yo no entendía bien, pero él me estaba preparando para un traslado, claro que esto lo pude conocer después.” Ella vomitaba todo el tiempo. El 23 de mayo a la noche empezaron a llamar a uno por uno, a él y también a ella: “Estamos atados, nos decían que nos trasladaban de un momento a otro, se murmuraban cosas, nos dábamos aliento: estábamos todos, éramos 17. Fue a la noche. En un momento dado, se abre la puerta y grita uno, no sé quién: ¡O8 vuelve a las cuchas! O8 era yo. Y fue la última vez que los vi”.

Ellos formaron parte de la masacre de Monte Grande. Ella no: era la única embarazada del grupo. “Me volvieron a atar y a mí me agarraron unas ganas de llorar, de gritar, ya no me importaba nada y en ese momento Violeta (Irma Beatriz Sayago) se alcanzó a sacar la esposa y vino a mi cucha con un enorme riesgo y sacudiéndome me dijo: ‘Elena, date cuenta de que sos la única que tiene posibilidades de contar esto’, y eso fue como una paz y ésas son las palabras que tuve en cuenta para resistir y salvar la vida.”

A mediados de mayo empezaron la construcción de la Sala Q. A Elena la llevaron ahí. La hacían trabajar en la Jefatura: limpiar, hacer café, mate y también las ponían a hacer las listas: nombre, nombre de guerra, organización y el nombre en El Vesubio. Durán Sáenz era el jefe pero en ese momento dormía en el CRI (Central Reunión de Inteligencia) en La Tablada. Ella pasó a ser parte de sus propiedades. El 20 de junio era feriado, pero él no se fue como hacía todos los fines de semana a escuchar misa y ver a su familia: “Ese 20 de junio no se fue, yo estaba en la jefatura con Elsa, me dijo que preparara algunas ropas, me iban a trasladar, y me mete en un auto, me lleva al Regimiento de La Tablada, a su cuarto, me viola, me deja todo ese día atada a la cama”.

La dejó sin comer ni beber, atada a la cama. A la noche, dos de los guardias la devolvieron a El Vesubio. A fines de octubre, el embarazo estaba a término. En el centro había preparativos porque llegaba una autoridad de los campos: se hacía limpieza, había corridas y nervios. “¡Si no te salvás hoy que viene el jefe, no te salvas más!”, le dijo algún guardia. El jefe era Guillermo Suárez Mason. Ella se quedó en la Jefatura, escuchó que leían los nombres de la Sala Q, iban uno por uno: “Cuando llegaron a mí, escucho que dicen: ‘La tenemos acá’”. ¿Quiere verla?, le preguntaron. ¿La tabicamos? Suárez Mason la vio a cara descubierta. “Nunca olvidaré la cara de odio”, dijo ella. Suárez Mason le preguntó si sus padres sabían del embarazo, ella dijo que sí. Le preguntó entonces si no quería dejar a su hijo con una familia de militares.

“Para mí fue una pregunta trampa”, dijo Elena. Y recordó su mentira: “No señor, porque yo señor soy de educación católica, hice la escuela en María Auxiliadora y me han enseñado que la cruz tenemos que asumirla”.

La miró. Y le dio “inmediata libertad”.

Salió de El Vesubio alrededor del 2 o 3 de noviembre. Hacía mucho tiempo su médico le había dicho que la fecha probable del parto era un día después.

El testimonio continúa hoy. Elena pidió además que se declare delito de lesa humanidad a la violencia sexual hacia las mujeres.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Los otros efectos del terror

El testimonio de Gabriela Fernanda Taranto, hermana de una desalarecida en El Vesubio"

En mayo de 1977, Rosa Taranto, embarazada de siete meses, fue secuestrada junto a Horacio Altamiranda y su hermana mayor. Ella nunca apareció; su hermana sí, pero murió a los 39 años. Cristian, hijo de Rosa, también falleció trágicamente.
Por Alejandra Dandan

El presidente del Tribunal Oral Federal 2 porteño le pidió que contara todo lo que supiera sobre el secuestro de su hermana Rosa Luján Taranto, una de las 154 víctimas del centro clandestino El Vesubio. Gabriela Fernanda Taranto se había sentado en la sala de audiencias de Comodoro Py, donde estos días se reinician los debates orales en los juicios por crímenes de lesa humanidad cometidos bajo la dictadura. Como pudo, empezó a explicar lo que pasó ese 13 de mayo de 1977, en un barrio obrero de Florencio Varela, cuando ella tenía entre cinco y seis años: “Mi hermana vivía con su marido y dos nenes y estaba embarazada de siete meses”, explicó. “La noche que desapareció, por lo que después nos dijo mi otra hermana que estaba con ellos, entraron y rompieron todo, sacaron a los chicos, una persona agarró la foto del abuelo paterno, se la dio a un vecino y le pidió que se los entregara a ellos. Después los encapucharon, los subieron a los autos y se los llevaron.”

Con muchos de los datos en blanco y una historia armada con borradores, Gabriela dijo que mientras tanto ella estaba en la casa de su madre, en el barrio La Carolina, cerca. Su hermana Rosa vivía con Horacio Altamiranda en Villa Mónica, un barrio obrero; él era delegado en una fábrica y ambos militaban en el PRT-ERP. Cuando los secuestraron, la tercera hermana estaba con ellos y se la llevaron también. Primero, posiblemente, a la comisaría de Florencio Varela y luego, a El Vesubio. Tenían 19 y 20 años.

“Lo que no sé es cuántos días pasaron –dijo–, porque una madrugada apareció mi hermana mayor descalza, golpeando la puerta de casa, diciendo que se habían llevado a mi otra hermana.” Llovía, recordó. Y no dijo más nada. Esa hermana les contó que se los habían llevado secuestrados. “No sé por qué a ella la largaron, lo que nos contó es que sintió el ruido de una tranquera y ruido de campo, digamos, era lo único que nos decía, no tenía más precisión.” Esa hermana más grande murió de HIV a los 39 años. Cuando la fiscalía intentó preguntar a Gabriela si creía que también eso era una consecuencia de lo que había pasado, dijo: “Obvio”.

“Yo estaba en primer grado. Una noche estaba con mi mamá, estábamos solas, entraron. Me acuerdo patente del coche porque la casa estaba como en un descampado, se sentían de noche los ruidos, el ruido del auto, portazos, botas y bueno: la puerta voló.” Gabriela estaba acostada. “Me acuerdo de uno arriba de la cama, con la ametralladora me estaba apuntando en la cabeza, los otros tiraban ropa, fotos, buscaban armas, no sé si mataron al perro de mi hermana que se había traído mi mamá.” Se fueron, pero ellas empezaron a ser vigiladas. “Cuando mi mamá fue a la comisaría de Florencio Varela a preguntar, le dijeron, disculpe la expresión –aclaró–, que se dejara de romper las pelotas, que no la busque directamente.”

Recorrieron hospitales y comisarías. Presentaron hábeas corpus. Y volvieron a escuchar los golpes en la casa: “Esta vez fue más fuerte. Entraron tirando todo, golpeando más violentamente; me volvieron a apuntar con una ametralladora en la cabeza, le dijeron a mi mamá que se dejara de romper las pelotas, que no la busque más porque no existía”. Si seguía adelante, iban a matar además a la mayor, que a esa altura por seguridad vivía con su padre. Y a la “guachita esa que tenés en la cama”.

“Mi mamá siguió buscándola por todos lados pero nunca más supimos nada –dijo Gabriela–: tenía un amigo, pero tampoco lo vimos más, nunca más volvió. Directamente, como si se lo hubiese tragado la tierra.”

Gabriela supo algo de lo que sucedió con su hermana a través de las pocas sobrevivientes de ese año en el centro clandestino. Entre otras, Susana Reyes, que también estaba embarazada. “Me contó que las dos, entre comillas, se hicieron amigas y charlaban mucho; que les habían cortado el pelo por los piojos; que con la panza que tenían la ropa les quedaba muy ajustada; que dependía de las guardias si podían bañarse o comer.” A Rosa la trasladaron a dar a luz a la maternidad clandestina de Campo de Mayo. “Me contó Susana que Rosa estaba contenta porque le habían dicho que cuando naciera el bebé se lo iban a dar a mi mamá, cosa que nunca pasó.”

Alguna de las sobrevivientes del campo dijo además que pese a que ese bebé estuvo poco tiempo con Rosa, ella alcanzó a llamarla María Luján. Luego se la quitaron. Se supo que el Movimiento Familiar Cristiano la entregó en adopción; una familia la adoptó legalmente y, ya con el nombre de Belén, la alentó a que buscara sus orígenes. En 2005, ella llamó al 0800 de Abuelas de Plaza de Mayo; en 2007 se estableció su identidad y hoy trabaja con Abuelas de la provincia de Córdoba.

Sus dos hermanos más grandes, Cristian y Natalia, terminaron la noche del 13 de mayo en lo de sus abuelos paternos. Irma Rojas los crió pero Cristian –dice ahora la abuela– siempre estaba caído, como preguntándose para qué vivía sin la presencia de sus papás. Dejó a la abuela. Una y otra vez caía detenido. La última vez cayó preso en la comisaría de Florencio Varela, tal vez la misma que una y otra vez aparece en el relato de su tía, donde podrían haber estado sus padres secuestrados antes de El Vesubio, donde su abuela había ido a preguntar por ellos y escuchó aquello de “déjese de hinchar las pelotas”. Irma Rojas no sabe todavía bien qué es lo que pasó esa última vez. Hubo un incendio: “Dicen que empezó con un cigarrillo, y se quemaron los colchones, eso me dijeron en la comisaría. Cuando me llaman del hospital y voy, me dicen que él estaba muy mal y quemado, que los colchones están hechos con un material que se quema en un minuto, tenía las manos quemadas, las piernas, la cara, pero más fue por el humo que tragó”, le cuenta a Página/12. Cristian murió a mediados de los ’90, dos días después del incendio. Su abuela cree que el humo potenció un problema que había empezado a tener en los pulmones por los golpes recibidos cada vez que la policía lo detenía.

Nadie preguntó si todo esto debe medirse entre los efectos de la represión. Hasta ayer, Cristian era uno de los nombres que aparecían entre los “prófugos civiles” del registro del Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires.

lunes, 17 de enero de 2011

“Me quedé sin hijos”

Con una entereza y una lucidez admirable, Soledad Davi, con sus 88 años y una historia de vida trágica a cuestas, inauguró la audiencia de testimonios. Soledad comenzó su relato con la muerte del menor de sus dos hijos, Eduardo, quien fue asesinado durante la masacre de Trelew el 22 de agosto de 1972. A partir de entonces Jorge, el mayor de sus hijos, comenzó a participar en política. Una madrugada de agosto de 1976, una patota de quince personas se presentó en el domicilio de Soledad en busca de su hijo. “Estuvieron treinta horas”, relató, y describió las humillaciones a las que fueron sometidos. Ella logró contactar por teléfono a su hijo Jorge para avisarle que no fuera y de ese modo frustró el operativo. En consecuencia, Soledad comenzó a participar de las rondas de las Madres de Plaza de Mayo y también empezaron las amenazas de muerte.

Finalmente, el 12 de mayo de 1977 una patota encontró la casa en la que Jorge vivía con su compañera Irma Sayago y el hijo mayor de ella, Pablo Miguez – Pablito-. Ese día fue secuestrado el hijo de Soledad, Jorge Capello, junto a su familia. Desde ese momento “me quedé sin hijos”, reveló Soledad y su voz se quebró. Jorge, su compañera Irma y Pablito continúan desaparecidos.

Soledad contó que el hijo menor de la pareja, Eduardo, se salvó del secuestro porque ella lo estaba cuidando en su casa. Eduardo tenía 2 años y su nombre se lo debe a su tío muerto en Trelew. Él fue criado por su abuela Soledad y hoy estuvo presente en la sala para acompañarla.

Víctor De Gennaro, histórico dirigente de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), fue el otro testigo del día. Relató cómo se enteró del secuestro de Jorge Watts y graficó el plan sistemático de persecución del que fueron objeto los trabajadores. A pesar de ello, “durante todos esos años los trabajadores resistieron”, explicó De Gennaro. También resaltó la importancia de la lucha y los testimonios de los sobrevivientes en el proceso de memoria, verdad y justicia. Además remarcó la ofensa a la que fueron sometidos durante tantos años por el sólo hecho de estar vivos: “cuando se los llevaron ‘por algo será’, cuando volvieron ‘por algo será’”.

Las audiencias testimoniales continuarán el 2 de febrero a las 10 con Gabriela Fernanda Taranto y Diana Montequín.

viernes, 14 de enero de 2011

Se reanudará en febrero el juicio oral por crímenes en "El Vesubio"

El TOF 4 de la Capital Federal había retomado el proceso durante la feria y ahora dispuso su continuidad para después del receso. El debate se encuentra en etapa de testimoniales. Son juzgados ocho ex militares por violaciones a los derechos humanos

El Tribunal Oral Federal Nº 4 de la Capital Federal retomará el próximo 2 de ferbero las audiencias de declaraciones testimoniales en el juicio oral en donde se juzga a ocho ex militares por crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino “El Vesubio”.

En el juicio se investiga la participación en esos delitos de Pedro Alberto Durán Sáenz, Héctor Humberto Gamen, Hugo Idelbrando Pascarelli, Ramón Antonio Erlán, José Néstor Maidana, Roberto Carlos Zeolitti, Diego Salvador Chemes y Ricardo Néstor Martínez.

jueves, 6 de enero de 2011

Declaró Clarisa Martínez, secuestrada junto a su madre Francoise Dauthier

Se reanudó el juicio oral por crímenes en "El Vesubio"
El Tribunal Oral Federal Nº 4 de la Capital retomó el 3 de enero  las declaraciones testimoniales. Es en el marco del debate en el que son juzgados ocho ex militares por violaciones a los derechos humanos cometdias en ese centro clandestino de detención

Durante la audiencia, declaró como testigo Clarisa Martínez.

Francoise era francesa. Era divorciada y tenía tres hijitas, María Magdalena, Natalia y Clarisa, de 18 meses, 3 y 9 años de edad. Francoise y sus dos hijas menores fueron secuestradas de su domicilio en Ezpeleta y fueron llevadas al C.C.D. El Vesubio. Allí fueron vistas por Elena Alfaro, quien cuidó a las niñas mientras torturaban a Francoise, y por Ana María DiSalvo.

Natalia y Clarisa fueron entregadas a sus abuelos. Francoise permanece desaparecida.
En el juicio, que se encuentra en etapa de testimoniales, se investiga la participación en esos delitos de Pedro Alberto Durán Sáenz, Héctor Humberto Gamen, Hugo Idelbrando Pascarelli, Ramón Antonio Erlán, José Néstor Maidana, Roberto Carlos Zeolitti, Diego Salvador Chemes y Ricardo Néstor Martínez.

domingo, 2 de enero de 2011

Ricardo Cabello, sobreviviente de El Vesubio, rescató la militancia

“Demostré que los destruidos son ellos”

A Ricardo “Yilio” Cabello lo secuestraron en Bernal el 25 de agosto de 1977, cuando tenía 15 años. Empezó a militar en la Juventud Peronista, luego en Montoneros y finalmente en el ERP. Su historia fue crucial para condenar a un penitenciario.

Por Alejandra Dandan

Dice que hay una imagen que lo persiguió en los sueños durante años. Veía a sus compañeros sentados alrededor de una mesa larga, rodeada de árboles, los platos de un asado, las caras radiantes. Las primeras siempre eran más visibles. En cada uno de los sueños aparecían las caras de los compañeros secuestrados en el Vesubio. Con el paso del tiempo, las caras se iban diluyendo pero el sueño continuó hasta que volvió a pisar las ruinas del viejo centro clandestino rodeado por aquellos árboles de los sueños. El siempre se preguntó por qué habiendo tantos árboles soñaba esa mesa anclada abajo del sol. Y todavía se pregunta lo mismo, ahora muchos años más tarde.

Ricardo Cabello perdió las pistas de muchos de esos compañeros apenas dejó El Vesubio, y entre ellos perdió a varios compañeros de su barrio. En Las Cañadas, ese espacio de tierra todavía arrasada de Bernal, no quedan más que las marcas de un territorio esquirlado por los golpes de la dictadura militar. Yilio, como le dicen a Cabello en su barrio, construyó su casa arriba de la de sus padres, el lugar donde lo secuestraron la noche del operativo del 25 de agosto del ‘77, cuando tenía quince años; el lugar hoy es una casa llena de muebles viejos pero cerrada, donde baja a trabajar con soldaduras cada tanto: cuando la superficie no queda abajo de las crecidas de las napas de agua. A unas cuadras, los sobrevivientes de las esquirlas levantaron una plazoleta en memoria de las decenas de militantes de la Juventud Peronista, de Montoneros y del ERP que vivían en el barrio y trabajaban en las fábricas vecinas. Ahora los nombres son agujeros, pero de alguna manera potencian las entrañas de las casas.

Yilio se sienta a una mesa que balconea sobre ese barrio adonde ahora hay agua y luz pero todavía no llegaron las cloacas. Todo está casi como entonces, su casa era tan pobre como ahora, los secuestradores entraron por atrás porque el dinero les había alcanzado sólo para cerrar la parte de adelante, pero no había paredes por atrás.

Su declaración de testigo en el juicio oral por los crímenes del Vesubio reforzó la acumulación de pruebas en contra del jefe penitenciario de una de las guardias. Su caso no forma parte de esta etapa del juicio, pero buscó la forma de declarar: “Tenía una promesa que cumplir –dice–: y nadie tiene la vida comprada, eso me parece fundamental y después, el deseo de poder sacarme todo esto de encima que en realidad es a medias, porque uno no se lo saca de encima”. Esa promesa era una deuda que contrajo dentro del campo con Walter Hugo Manuel Prieto –un compañero desaparecido– por una golpiza de Sapo o Saporiti: le dijo que si en algún momento lo llegaba a tener adelante, le iba a romper los huesos. El juicio lo puso adelante. Yilio no le rompió los huesos a Roberto Zeolitti, pero lo hundió.

Las Cañadas de los pobres

Yilio empezó a militar en la Juventud Peronista de contrabando porque como era chico no lo dejaban. En la casa eran cinco hermanos, el padre, la madre y una abuela. “Pasamos una infancia bastante dura, mi papá se enfermó de la cabeza, no había ningún tipo de cobertura social, sí atención en los hospitales o colegios gratis pero había que parar la olla y los remedios de mi viejo llevaban más de lo que se ganaba con toda la familia trabajando.” A los siete años empezó lavando copas en los bares hasta que se dio cuenta de que no le servía de mucho y se hizo un carrito para juntar botellas, huesos y vidrios: “Lo que viniera y zafaba mucho mejor sobre todo el fin de semana: parece mentira, serían chirolas, pero para esa época nos permitía parar un día la olla”.

El padre se había roto la cabeza de tanto encorvar la cabeza sobre el calzado. “Fue duro, pero como fue duro en este barrio que era muy humilde, por eso el trabajo social que empezó a hacer Montoneros para hablar claro, con la JP fue muy importante: le empezó a abrir los ojos a la gente que se podía organizar, que se podía mejorar su vida colaborando o trabajando con el de al lado y eso nos abrió las expectativas y cambiar la realidad que era bastante triste.”

Los padres eran chilenos pero no militaban. El que empezó a militar fue Nelson Valentín Cabello, uno de sus hermanos, hoy desaparecido: “En una familia donde hay tantas necesidades y el padre está enfermo, es muy probable que cada cual agarre para su lado, sin embargo mi hermano nos enseñó a ver la vida diferente: no vivía acá, era un plato menos, trabajaba 13 o 14 horas por día en un taller de costura de calzado, y llegaba un día sábado y se ponía el delantal de mi vieja, y para aquella época cualquiera pensaría que era trolo porque acá los tipos era unos machos bárbaros: se emborrachaban, y era normal ver correr a una mujer y el tipo atrás mamado totalmente”.

Nelson Valentín había empezado a militar en el ERP, ese espacio político al que Yilio se sumó cuando dejó Montoneros. A su hermano lo secuestraron el 9 de abril de 1976 y Yilio fue el único que fue quedando y se quedó en el barrio cuando sus compañeros empezaron a desaparecer. En 1977, la casa estaba “limpia” y era un refugio para los que volvían clandestinos a visitar a los padres.

“Su hijo es montonero, señora”

“Yo estaba durmiendo acá abajo, siento golpes en la puerta: cuando intento levantarme ya tenía dos tipos apuntándome con armas.” Serían unos diez, unos por adelante otros por atrás. Yilio tenía un reloj, le dijeron que si quería podía llevarlo: “Teníamos una sola cama, yo tenía sofá cama, y una sola pieza para dormir, y yo dormía afuera, y bueno, me puse el reloj contento, sabía lo que me esperaba, pero no que me iban a chorear ni bien pasara la puerta”.

Le pegaron culatazos afuera. Los que comandaban el operativo le dijeron a su madre: “Su hijo es montonero, señora”. Yilio pensó que se habían confundido porque él a esa altura era del PRT, pero no dijo nada. Lo pusieron en el baúl, hicieron unas paradas y en la ruta observó que estaba amaneciendo por los agujeros del baúl preparado para secuestrar. Notó unos palitos de los árboles en el suelo cuando ya estaba en lo que años después supo que era El Vesubio.

“Un lugar bastante desagradable –dice–. Llegué justo para la comida, asco daba: era arroz crudo, tenía pimentón porque era algo colorado el caldito que en realidad era agua tibia que le enchufaron al arroz, y tenía unos pedacitos de achuras: cuando me lo pusieron cerca casi me volteó, era maloliente, un asco... Yo no podía tomar líquido ni nada porque estaba muy torturado... Ahí pasé 45 días.”

No se acuerda ni del ruido de los perros, sí de vacas o que había una pileta a la que nunca vio: “Sí pájaros. Mientras yo estuve, una sola vez desinfectaron con acaroína, pero no nos sacaron afuera para nada: pasaron un trapo y otra vez la colchoneta”.

En la tortura le preguntaron por tres compañeros: Lalo Garzón, hoy desaparecido; Paulino Acosta, que hacía un par de años se había ido, y el Flaco Palito, un militante del que no sabía el apellido y nunca lograron agarrar. “Pero era un trabajo piscológico y tenían muy buena información –dice–; cuando terminaron de torturarme, habrán pasado tres o tres horas y media, como vieron que a golpes no me iban a sacar nada, no sé si no tenían un psicólogo, comienzan a hacer una tortura más bien psicológica.”

Alguien que todavía no está identificado, llamado El Vasco, sacó una pistola. Le dijo que era como Dios, que hacía lo que quería, que mataba a cualquiera.

–Yo te voy a demostrar que nosotros somos mucho más vivos que ustedes –le dijo–. ¿Vos viste que en tu barrio andan diciendo que Chaelo está muerto?

–Sí, está muerto –dijo él como para decir algo, para que no le pegaran más.

–¿Viste que sos un boludo? ¡A Chaelo lo tenemos nosotros!

–No, mentira –respondió–. Chaelo está muerto.

–¡Son unos tarados ustedes! ¡Nosotros nos reímos de ustedes! Los agarramos cuando queremos.

–Mentira: Chaelo está muerto, todo el mundo lo sabe –repitió.

–Bueno –le dijo el represor–, ahora te voy a demostrar que no está muerto.

Chaelo estaba secuestrado en El Vesubio. Cuando lo pusieron adelante de Yilio, le dijo que no tenía nada que ver. Lo abrazó fuerte y, en cuanto pudo, le dijo algo al oído: “Que no te conecten con el ERP, deciles que sos de la JP”. Yilio no sabía por dónde venía la mano: “Después entraron, me siguieron torturando un poco más y les dije que había sido de la Juventud Peronista, y pararon”. Se fueron todos menos El Vasco: “Volvió a prender la picana y me siguió torturando un poco más de diez o quince minutos sin preguntas ni nada, solamente torturándome: me habían quemado las piernas, estaba hecho hilachas, los testículos eran dos pelotas de fútbol y me dice: `Esto es para demostrarte que acá torturamos todos`”.

El final

El presidente del Tribunal Oral Federal 4 le preguntó si quería decir algo más. Y él lo dijo: “Les dije que yo era un tipo feliz, que continuaba mi militancia, que siempre había seguido militando; que formo parte de una agrupación que lleva el nombre del responsable mío en el ERP, Enrique Rolón, y que esa agrupación integra el Frente para la Victoria. Que ellos están ahí, que a mí nadie me perseguía, que eran presos, que eran reos... más o menos esas palabras porque yo considero que lo que pretendieron fue destruirme. Quise demostrarles que a mí no me habían destruido, que los destruidos eran ellos”.