martes, 14 de diciembre de 2010

“El mismo destino que los 30 mil”

Por Alejandra Dandan

Alejandro Parejo bajó de un avión primero postergado y después retrasado de Brasil y atravesó la ciudad para lograr sentarse a tiempo a declarar por primera vez sobre el secuestro y la desaparición de su mujer, Silvia de Raffaelli. Ella estuvo detenida en El Vesubio, pero él recién lo supo el año pasado, después de haber reanudado la búsqueda de la mano del Equipo Argentino de Antropología Forense. Bien, dijo Alejandro cuando le preguntaron cuál creía que era el destino de su mujer: “El destino de mi esposa no creo que sea distinto que el de unas 30 mil personas, creo que ese es el número que se maneja como desaparecidos: por eso estamos aquí, para intentar averiguarlo”.

Para 1976, Alejandro tenía unos 27 años, se había casado con Silvia, tenían dos hijos, eran maestros, habían empezado veterinaria y agronomía, pasaron a sociología, militaban en Montoneros –él en la después devastada Columna Oeste– y vivían en una casa de Villa Tesei. El 28 de diciembre a la hora de la siesta, Alejandro volvía a su casa en bicicleta y presenció el secuestro de Silvia. “Yo llegaba a casa y me pasaron dos autos: vi a una Chevy roja y creo que el otro era un Falcon oscuro, adentro había cuatro personas, y en la Chevy iban cinco: en el asiento de atrás, iba una mujer entre dos hombres que señala la casa”, contó. A él lo persiguieron. Pudo huir a la casa de sus suegros.

Después de algún tiempo, Alejandro pudo irse como refugiado del Acnur a Brasil y luego a Francia. Trabajó de camionero, de asistente en un geriátrico y terminó armado como vendedor de pieles de caballos, de conejo y de vacas con otro exiliado, un francés de las Ligas Agrarias.

El verano pasado, Alejandro se encontró a Ana María di Salvo, sobreviviente de El Vesubio. Recién entonces supo que su mujer había estado en el centro clandestino. Supo, por ejemplo, que para la Pascua del ’77 llevaron a El Vesubio un dorado a la parrilla para celebrarla.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

“Nunca más supe de mi compañera”

Por Alejandra Dandan

En el juicio por los crímenes cometidos en el centro clandestino El Vesubio, Juan Enrique Velázquez Rosano iba a declarar desde España, con su hija más grande. Pero ella nunca pudo llegar al Consulado, desde donde se hacía la conexión con Buenos Aires, porque en alguna de las fronteras internas del país tuvo problemas con sus papeles de residencia. Velázquez se sentó entonces solo a contar sobre su secuestro y el de su mujer, durante la dictadura.

A Juan Enrique Velázquez lo secuestraron el 18 de febrero de 1977 de la casa que se habían logrado comprar en Florencio Varela. En la audiencia realizada anteayer, una de las querellas le preguntó si, durante el operativo, los hombres de civil habían maltratado a sus hijos. “¿Golpeado? –dijo–. ¡No! Sólo jugaban con el de dos meses: se lo tiraban de un lado a otro.”

A él se lo llevaron unos días a un lugar que todavía llama El Infierno, y luego pasó a El Vesubio, donde pudo despedirse de Elba Lucía Gándara, su mujer, con una charla de diez minutos en el baño. El se iba y a ella, probablemente, iban a matarla, porque estaba “muy comprometida”. “Estuve dos meses hasta que me largaron –dijo–. A mis hijos no los pude ver por seis meses.” Juan Enrique es uruguayo, también lo era Lucía. “A mi compañera se la llevaron y hasta el día de hoy nunca más supe nada: me gustaría saber si se sabe algo de mi compañera –dijo al final–, me gustaría saber si está viva o está muerta.”

Tras su liberación, una vez fue a la casa de Florencio Varela, sólo para observar el estado de ruinas, el robo del televisor y de la radio, pero se fue, por el miedo. Hace años volvió con un abogado para ver qué había pasado. El nuevo dueño, un sodero, se sorprendió cuando le contó quién era, le dijo que pensó que estaba muerto y que compró la casa a la misma inmobiliaria de Florencio Varela que se la había vendido a él. La fiscalía de Félix Crous le pidió al Tribunal Oral Federal Nº 4 abrir una causa paralela: “Las derivaciones de los casos de lesa humanidad –dijo– también pueden ser delitos imprescriptibles”.

martes, 7 de diciembre de 2010

Testimonio de Noemí Fernández

“Una cosa tan brutal me rompió la vida”

Por Alejandra Dandan

Cuando la fiscalía le preguntó cuáles eran las secuelas que le había dejado el secuestro, Noemí Fernández Alvarez explicó que el cautiverio le rompió la vida: “Yo tenía veinte años, estaba estudiando y una cosa tan brutal me rompió la vida: me costó mucho superarlo. La primera vez que salí quedé muy mal psíquicamente, y físicamente tenía un estado lamentable. Durante las primeras semanas no me atrevía a salir a la calle. Mi deseo era ponerme en posición fetal, de donde deduzco que tenía una depresión brutal”.

Pasaron unos meses y volvieron a secuestrarla por unos días. Y luego, el mismo hombre que la primera vez la había liberado le dijo: o te vas del país o te matamos. Noemí se fue a vivir a España desde donde ayer declaró en la causa por los crímenes de El Vesubio: “Me tuve que venir con lo puesto y empezar de menos diez, porque el exilio no es empezar de cero: es menos que eso, uno llega a un país donde no conoce nada, viene muy mal. Y en Madrid, de hecho, estuve enferma: tuve que recibir tratamiento médico y psicológico y creo que ahora estoy increíblemente bien para lo que viví”.

Desde el consulado argentino en Madrid, esa mujer que ahora es abogada volvió a hablar de su secuestro y el de su compañero Horacio Ramiro Vivas, como lo había hecho ante la Conadep. Cuando los integrantes del Tribunal Oral Federal 4 le preguntaron si había tenido actividad política, social o cultural antes del secuestro, Noemí confirmó que no. Que finalmente la largaron porque consideraron que había caído de “garrón”.

A las 21 del 2 de junio de 1976, ella llegaba con su pareja a la casa de la calle Echeverría, en Belgrano. Irrumpieron unos hombres sin uniformes, armados, y luego de destrozar buena parte de la casa, golpearon a Horacio mientras le hacían preguntas. Al cabo de una hora se lo llevaron, ella se quedó con los tres hijos: “No me preguntaron nada, me quedé unas dos horas tratando de calmar a los niños y viendo con quién los podía dejar”. Cuando consiguió calmarlos y salió, en el zaguán se encontró a una patota. Le taparon los ojos y la subieron a un coche. Calculó que eran más de cinco personas las que se movían con ella, con otros dos autos. Ese fue el comienzo del primero de los dos cautiverios. “La marcha se hizo muy rápida, al cabo de una hora el coche se paró ante lo que supongo una verja o tranquera, y se oyó que se abría el portón.”

El Vesubio estaba a metros del cruce del Camino de Cintura y la Autopista Riccheri. Apenas llegó, la desnudaron y la sumergieron en agua helada. “Me metían la cabeza y me preguntaban el nombre de guerra. Yo resistí todo lo que pude. No sé cuánto tiempo habrá pasado cuando me ahogué y no tuve más conciencia, hasta que me doy cuenta de que estoy cerca de una chimenea, porque oía trepidar el fuego, estaba atada y me estaban reanimando.” Unas voces decían que se les estaba yendo o se les había ido. Y ella todavía siente que no sabe si estaba viva o muerta. Pasó de un sábado a un miércoles en esa inconsciencia, hasta que despertó. “Estaba aterrada, con los ojos vendados, desesperada: hablaba y preguntaba dónde estoy, qué pasa. Me dieron una paliza brutal porque ahí no se podía hablar: aprendí rápidamente que no se podía.”

En el espacio donde estaba había unas diez o veinte personas. Los ojos vendados, las colchonetas inmundas. “Había guardias, cinco o seis personas organizadas en turnos de 24 por 48 horas.” Se ocupaban de mantener vivos a los secuestrados, y de ponerlos a disposición de los torturadores, que entraban y salían del centro clandestino, llegaban en autos, despertando a los perros. “Se oía ladrar perros, recuerdo esos detalles porque estaba aterrada, creía que venían a torturarme a mí, como efectivamente me tocó en más de una ocasión.”

Noemí Fernández Alvarez mencionó la picana eléctrica, pero antes de seguir le preguntó al Tribunal si quería detalles sobre la tortura. En línea con lo que están intentando hacer algunas querellas, para las que la tortura ya está probada, el presidente del tribunal, Leopoldo Bruglia, la alentó a hacer lo que quisiera. “Tenían como un elástico –contó ella–, nos ataban los manos y pies a cada extremo, estaba totalmente desnuda, nos aplicaban picana al tiempo que nos interrogaban con golpes intercalados, amenazas, gritos, en fin, una situación espantosa. Fueron al menos dos ocasiones y luego nos dejaban tirados y maltrechos, y otra vez nos llevaban a aquella habitación donde nos tenían depositados. Pasábamos frío y hambre.”

En ese mismo lugar estaba Haroldo Conti: “Estaba muy herido, anímica y físicamente muy mal. Recuerdo el día que se lo llevaron”. Ese día, un guardia anunció el traslado de ocho personas a Neuquén: entre ellos estaban Conti y también Noemí. Pero, al día siguiente, sólo siete de los ocho se fueron: todos excepto ella. “Cuando yo desesperada pregunté por qué no me llevaban, una de las guardias menos inhumanas me dijo que me tranquilizara, que los que se habían llevado iban a ser boleta.” Noemí está segura de que Conti estaba en ese grupo. Dijo que fue el 20 de junio, se acordaba de la fecha porque era el tercer domingo de junio, Día del Padre: “Y yo sabía que Conti tenía un niño muy pequeño y pensaba en la ironía del destino, que justamente se lo llevan el 20 de junio”.

También está convencida de que, en el mismo lugar, estuvo con ella Raymundo Gleyser. Los guardias hablaban del cineasta. En el sótano había otras tres mujeres a las que llamó “las veteranas”, porque parecían llevar meses ahí: Analía Magliaro, Alicia Carriquiriborde, Alicia Delatorre.

Entre los acusados de El Vesubio, hay cinco hombres del Servicio Penitenciario, eran los guardias y están detenidos, y tres militares, que están fuera de prisión. Noemí habló de dos de ellos para dar cuenta de lo que llamó como su “rocambolesca” liberación: “Una de las guardias me dice que el Coronel me quería dar la libertad, pero el Alemán no. Me sacaron para entrevistarme, una vez con el Alemán y otra con el Coronel, que al parecer era el que más mandaba. Al final me interrogaron los dos y al tiempo me sacaron en un coche. Yo estaba aterrada, pero me decían: ‘tranquila’. Me dejaron en la calle, dijeron que me soltaron por orden del Coronel”. El Coronel es, aparentemente, el capitán Asiglia, alias el Francés, ese hombre perfumado del que hablan una y otra vez las víctimas. La bestial imagen del Alemán corresponde al penitenciario Alberto Neuendorf, alias Neuman o Hitler, que fue jefe del centro clandestino y está muerto.

En noviembre del ’76 volvieron a secuestrarla durante una semana. Y el 18 de ese mes viajó a España.

Continúan los testimonios

“Eran unos cinco, con botas”

María del Carmen Vidal, madre de Jorge Watts, sobreviviente del Vesubio, fue la primera testigo. Con sus 82 años y una increíble vitalidad, contó que una patota tocó a su puerta la madrugada siguiente del secuestro de su hijo Jorge. Ella preguntó quién era, a lo que recibió como respuesta la amenaza de tirarla abajo. “Eran unos cinco, con botas”, describió y le preguntaron donde estaba su hijo, pero Jorge ya había sido secuestrado ese mismo día por la tarde. También contó sobre las averiguaciones que llevó adelante hasta que su hijo apareció detenido en la Unidad 9. “Yo no quisiera acordarme más de esto, pero no queda más remedio” reflexionó María del Carmen.

A continuación fue el turno de Sergio Ortiz, secretario político del Partido de la Liberación (ex Partido Comunista Marxista Leninista, antes Vanguardia Comunista). Ortiz repasó la historia del partido y de sus militantes, y detalló que son 19 los “compañeros de Vanguardia Comunista desparecidos”. Y fueron 12 o 13 los estudiantes de la Facultad de Ingeniería que pertenecían a Vanguardia Comunista y fueron víctimas de la represión ilegal. Por aquella época Luis Cristina era el secretario general de la organización.

También aclaró que el 24 de marzo de 1976 se dictó un decreto-ley que disolvía al Partido Comunista Marxista Leninista (ex Vanguardia Comunista).

30 de noviembre de 2010
Madre e hija
Susana Laxague fue detenida junto a su hija, Marina Kriscautzky, y su pareja, Rubén Kriscautzky. Susana y Marina declararon en la audiencia. Rubén se encuentra desaparecido.

La noche del 14 de agosto de 1978 había pasado por su casa la mujer de Hugo Waisman a contarles y advertirles sobre el secuestro de su marido y sobre una “secuencia” de varias detenciones que estaban sucediendo. En la madrugada de esa misma noche una patota se hizo presente.

Susana contó que fue llevada junto a su hija en un auto hacia el Vesubio. En el camino, la caravana de vehículos se detuvo en varias oportunidades, posiblemente para realizar otras detenciones. La testigo relató, entre otras cosas, que en el baño del centro de detención había un libro de Leopoldo Marechal colgado de un alambre para ser utilizado como papel higiénico. También contó que le permitieron despedirse de Rubén.

Las partes le preguntaron a Susana sobre los gritos que se escuchaban en el Vesubio, a lo que respondió: “son recuerdos que he tratado de no tener presentes”. Luego contó que envió varias cartas a distintos obispos por la desaparición de Rubén. Solo uno de ellos le respondió “de manera racional, el resto nos recomendaron que rezáramos”, indicó.

Por último agradeció al tribunal y también el funcionamiento de la justicia, y remarcó la “liberación emocional que sería saber donde están los restos” de su marido.

Luego declaró Marina, la hija de Susana, quien fue llevada al Vesubio junto con su papá y mamá cuando tenía 13 años. Marina relató que también llevó a su perrita, descripción en la que muchos sobrevivientes coinciden.

A pesar de las tres décadas que han pasado, la memoria de Marina sobre aquel momento traumático se conserva intacta. Ella describió con asombroso detalle la ropa que estaba usando aquella madrugada del secuestro, pero aclaró: “todo el recuerdo lo tengo en silencio, como una película sin sonido”, junto a un “recuerdo vago de gritos espeluznantes”.

Un 29 de noviembre, pero hace 33 años

Eva Reynolso, esposa de Roberto Luis Gualdi, contó como aquella madrugada del 18 de agosto de 1978 golpearon la puerta de su casa y al grito de “policía” un grupo de personas armadas entró, revisó toda la casa y sin ningún tipo de explicaciones se llevó a su marido. Roberto permaneció desaparecido 23 días, luego de los cuales apareció en una comisaría de Villa Insuperable, y de allí fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata. Eva murmuró entre lágrimas “la nena lloraba, preguntaba por el papá”.

A continuación, Marta Potenza, hija de Antonio Ángel Potenza, indicó que precisamente un 29 de noviembre secuestraron a su papá, 33 años atrás. Relató en detalle el momento del secuestro y describió que le pusieron un trapo en la cabeza cuando se lo llevaron. Al día siguiente Marta intentó hacer la denuncia ante una comisaría de Merlo pero no se la tomaron y le dijeron “‘este tipo de cosas pasan, tiene que esperar unos días y va a aparecer’”, explicó la testigo y agregó: “nunca más volvimos a ver a mi papa”. Las próximas noticias que tuvo de su padre fueron en el proceso judicial de 1985, pero Marta evitó el contacto con sobrevivientes del Vesubio porque “lo que leí en el diario del Juicio a la Juntas era terrible”, afirmó.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Dos testimonios punzantes

Mauricio Weinstein
Diana Austin y Débora Benchoam declararon por videoconferencia desde Estados Unidos. La primera de ellas era compañera de Elizabeth Käsemann y contó que por aquellos años concurrían juntas a manifestaciones de estudiantes.

El 8 de marzo de 1977 iban a encontrarse, pero Elizabeth “no apareció en mi casa”, relató. Tres días después, Diana fue golpeada y secuestrada por una patota que irrumpió en su departamento y se robaron todo “menos la cocina y la biblia hebraica”, indicó. La llevaron a un lugar que no pudo identificar ya que estaba vendada. Allí la bajaron a un sótano y comenzaron a hacerle preguntas y a golpearla: “Evidentemente ella estaba allí, en otra pieza”, dijo, en referencia a Elizabeth.

También relató las conversaciones posteriores que tuvo con el padre de Elizabeth y el rol de la embajada alemana en aquellos tiempos: “le decían que Elizabeth no existía”, contó.

A continuación, Débora Benchoam relató la noche de su secuestro, cuando presenció la ejecución de su hermano. Ella estuvo detenida sin proceso por más de cuatro años y medio. Durante dicho lapso “mi novio Mauricio Weinstein y varios de mis amigos desaparecieron y estuvieron en el Vesubio”, les indicó a los miembros del tribunal.

Débora, su hermano Rubén, Alejandra Naftal, Juan Carlos Martiré y Mauricio eran estudiantes secundarios y parte del auge político de esa época en Argentina: “Nuestro sueño de un país justo y sin desigualdades”, indicó. Con el golpe militar se prohibieron las actividades en los colegios, los centros de estudiantes y también las reuniones de más de tres personas, pero “nosotros continuábamos con los militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES)”, explicó, lo cual era considerado actividad clandestina. Luego se enteraron de los secuestros de varios compañeros y se fueron de sus casas para protegerse. “Yo estaba con Mauricio y pasábamos días y noches en colectivos, en hoteles y varias veces utilizábamos el consultorio de su padre, pero siempre con el terror de lo que podía pasar”, describió la testigo, mientras el papá y la mamá de Mauricio escuchaban en un denso silencio entre el público de la audiencia.

Su hermano Rubén, cansado de ir de un lugar a otro, fue a dormir a la casa familiar el 24 de julio de 1977. La madrugada del 25 de julio, una patota irrumpió y fue directamente a la habitación que Débora y Rubén compartían. “Cuando nos incorporamos a mi hermano le disparan dos tiros y a mi me llevan. Él tenía 17 años y yo 16”, relató la testigo. Luego la llevaron al pasillo con su padre y la esposa de él, donde les vendaron los ojos y los ataron de pies y manos. Mientras se la llevaban de la casa, los secuestradores le repetían una y otra vez que la iban a matar por judía y subversiva.

Un mes después la trasladaron al penal de Devoto, donde permaneció detenida sin proceso alguno durante más de cuatro años y medio. Allí, gracias a una tía de Débora, pudo tener contacto epistolar con Mauricio a través de cartas y poesías sin nombres; él no quiso irse del país. Débora recién se enteró del secuestro de su novio cuando el teniente Sánchez Toranso del I Cuerpo del ejército la interrogó en la cárcel y le dijo que Mauricio le mandaba saludos, que él lo había visto.

Débora contó que cuando estaba por llegar la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, hicieron un pabellón para menores en Devoto: “éramos 12, todas con el mismo patrón de abuso, violación y tortura atroces”.

Finalmente Débora reflexionó sobre la represión hacia la juventud: “Nuestras actividades secundarias de volanteadas, de pintadas, de bibliotecas populares fueron reprimidas en forma brutal. A nosotros nos desparecieron, nos torturaron, estuvimos detenidos ilegalmente por tiempo prolongado sin ningún tipo de legalidad. Fuimos brutamente perseguidos y singularizados”.